La trampa de la meritocracia: cuando el éxito se vuelve arrogante



Durante décadas, la sociedad nos ha repetido una idea tan seductora como peligrosa: si te esfuerzas lo suficiente, llegarás lejos.

Esa promesa, aparentemente justa, es el corazón de la meritocracia. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando ese principio se convierte en una tiranía? Esa es la pregunta que plantea el filósofo Michael J. Sandel en su provocador libro La tiranía del mérito.

Sandel sostiene que la meritocracia, lejos de promover justicia e igualdad, ha terminado por dividir a las sociedades entre «ganadores arrogantes» y «perdedores humillados». En este sistema, quienes triunfan tienden a pensar que lo merecen todo, mientras que quienes quedan rezagados no solo sufren económicamente, sino que son culpabilizados moralmente por su situación. Se instala así una forma de desprecio disfrazada de justicia.

El problema no es premiar el esfuerzo o el talento, sino convertir el mérito en un dogma que niega las desigualdades estructurales. No todos parten del mismo punto. El hijo de una familia acomodada que accede a una educación de élite no compite en igualdad de condiciones con quien crece en la pobreza. Sin embargo, el discurso meritocrático no reconoce estos condicionantes, y eso es lo que genera frustración, resentimiento y polarización política.

En la República Dominicana, la situación se torna aún más paradójica. Aquí no sufrimos exactamente una «tiranía del mérito», sino más bien una tiranía del apellido. En la política dominicana, el acceso al poder muchas veces no se gana por mérito propio, sino por herencia, linaje o relaciones personales. Hijos de expresidentes, esposas de líderes, sobrinos de caciques locales: el ascenso político suele estar más ligado al árbol genealógico que al currículum o la trayectoria.

Esto ha producido una clase política hereditaria, donde el mérito es desplazado por la conveniencia, el parentesco o la visibilidad prestada. Se le esta enviando un mensaje equivocado a nuestros jóvenes “que para ser candidato sin dificultad tienes que ser hijo de… Pariente de ……Esposa de …..” Mientras a los jóvenes con talento y vocación de servicio se les exigen credenciales, títulos y sacrificios, otros ascienden solo por tener el apellido correcto o por ser «la esposa de». Así se destruye la idea misma de esfuerzo justo y se alimenta la desconfianza hacia las instituciones.

Sandel propone que volvamos a hablar del bien común. Por qué la política no premia el conocimiento, la integridad y la vocación, sino la cercanía con el poder?

La meritocracia no es mala en sí misma, pero convertida en tiranía o sustituida por el clientelismo familiar pierde su capacidad de construir sociedades justas. El reto, como propone Sandel, es humanizar el éxito, rescatar la humildad y, en nuestro caso, romper con los apellidos sagrados como pasaporte al poder.

Leonardo Gil, consultor comunicación política y de gobierno

Comparte esto!