Dr. Isaías Ramos
Una yola. Un niño de siete años. Un mar oscuro. Un naufragio.
Imaginamos un grito desgarrador, perdido entre las olas.
Y una patria… que no estuvo ahí.
¿Qué país estamos construyendo, si un padre prefiere subir a su hijo a una lancha ilegal, en plena madrugada, sin ningún elemento de seguridad, con un rumbo parecido a una ruleta rusa, antes que seguir respirando en la tierra que lo vio nacer?
¿Qué estamos haciendo mal como nación, si un niño termina flotando como un bulto sin nombre, sin cruz, sin adiós?
Esa yola no solo llevaba cuerpos. Llevaba angustias, deudas, hambre, desempleo, amenazas, miedo, desesperación. Y, sobre todo, una certeza: que en la República Dominicana, para muchos, la vida ya no vale la pena.
Madrugada. Viernes 11 de julio.
Más de 50 personas suben a una yola clandestina. Entre ellos, un niño de siete años.
La embarcación se hunde frente a playa Juanillo.
17 sobreviven.
8 cuerpos aparecen.
Decenas, incluido el niño, desaparecen en el mar.
El niño no vuelve a la orilla.
Nadie conoce su nombre.
Y el país…
sigue como si nada.
Porque cuando un niño estudia en el suelo, es porque un político robó el dinero de las butacas.
Cuando un enfermo muere esperando medicamentos, es porque alguien infló un contrato de compras.
Cuando en cada esquina hay una banca y no una biblioteca, es porque el vicio da más beneficios que la educación.
Cuando no hay empleos dignos, pero sí delincuencia creciente, es porque el sistema decidió cultivar pobreza para luego vender clientelismo como redención.
Cuando la educación pública no educa, cuando la salud pública no sana, cuando la justicia se alquila al mejor postor, el pueblo se convierte en rehén de su propio Estado.
Esto no es casualidad. Es consecuencia. Es el fruto de un sistema corporativo, clientelar y de privilegios que esta partidocracia decadente ha ido imponiendo día tras día.
Un modelo diseñado para enriquecer a pocos a costa del sufrimiento de todos.
Un sistema que no solo empobrece el bolsillo: empobrece el alma, seca la esperanza, y mata la fe en la patria.
Y mientras tanto, ¿qué hacen los partidos?
Se reparten el Estado como si fuera una finca heredada.
Se turnan el poder como si fuera un juego de tronos.
Nombran familiares, manipulan presupuestos, negocian sentencias.
Y celebran en silencio lo que el pueblo llora en soledad.
Pero aún estamos a tiempo.
Desde el Frente Cívico y Social (FCS) lo decimos sin titubeos:
Si no actuamos ahora, nos espera el colapso de Haití, la represión de Cuba o el éxodo de Venezuela.
Pero si el pueblo se organiza a través de candidaturas independientes auténticas, con el fin de hacer realidad el mandato sagrado de nuestra Constitución, aún podemos reconstruir la patria.
El FCS nace como la voz de quienes trabajan sin descanso por un salario que no les alcanza, y de quienes viven en la completa indefensión.
Porque el Estado Social y Democrático de Derecho no es un sueño: es un derecho que nos han robado.
Y recuperarlo es nuestra misión.
Soñamos con una nación donde los hospitales no estén vacíos, donde las escuelas formen ciudadanos, donde la justicia no tenga precio, donde el trabajo sea digno y el pan no falte en la mesa.
Una patria donde los millones que hoy viven exiliados puedan volver y ser acogidos con dignidad, sin miedo, sin humillación.
Y tú, que lees esto, sabes que es verdad.
Sabes que esta tragedia no es un accidente. Que esta miseria no es castigo divino: es obra de un modelo perverso.
Pero también sabes que la historia no se escribe sola. Se escribe con coraje. Con conciencia. Con acción.
El Frente Cívico y Social ha encendido la llama.
Ahora, le toca al pueblo levantar la antorcha y caminar sin miedo hacia una patria de orden, justicia e igualdad de oportunidades.
Esta vez, no vamos a huir: vamos a luchar. Y vamos a vencer.
¡Despierta, RD!
Muy bien dicho.