Por José Ricardo Taveras Blanco
Celebramos el inicio del año escolar en el sector público como si tuviéramos escuelas y maestros con todo el respeto de los buenos, como si nos sirviera para algo un sistema que ordena que hay que pasar a todos los estudiantes, buenos o malos, sepan o no sepan nada.
Un sistema que abre tanda extendida sin saber en qué emplearán el tiempo de los estudiantes, que construye escuelas sin haber definido el tipo de educación que necesitamos y luego el tipo de escuelas que requeriría, ¿dónde están los idiomas, laboratorios y las áreas deportivas en la inmensa mayoría de ellas?
El daño que se ha infringido a la educación dominicana, la que impacta los más necesitados especialmente, es letal, revertirlo implicará esfuerzos gigantescos de mediano y largo plazo en los que muy pocos pensamos y soñamos cuando observamos la inercia que se traga nuestro futuro.
De manera que no tenemos nada que celebrar, esa cosa en la que se invierte el 4% del PIB no sirve, está lanzando al vacío a la gran mayoría de nuestros jóvenes, que lejos de ser sus estudiantes son sus víctimas.
El tema no es nuevo, durante décadas hemos mirando conscientemente esta desgracia y seguimos viendo el sistema disfrutar su deplorable pero muy opíparo espectáculo. Luto general es lo que nos toca.
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