Marino Beriguete
El Gobierno se inventó La Semanal para que parezca que nos informan. Como el vecino que todos los días se asoma al balcón: no tiene nada nuevo, pero necesita que lo vean.
Eso es La Semanal: el presidente saludando cada lunes, con la prensa delante, para que no digan que anda escondido.
Ahora la llaman “la respuesta”, pero parece más un repaso de colegio. Preguntan por inflación y contesta con carreteras. Preguntan por criminalidad y habla de turismo.
Preguntan por corrupción y saca un PowerPoint. Es como jugar dominó con alguien que tira el seis doble cuando la jugada pedía el cinco: no gana, pero hace bulto.
Lo venden como transparencia y suena a propaganda con aire acondicionado. No es un boletín oficial, es un reality show con libreto: periodista pregunta, presidente responde con serenidad, ministros asienten como extras en misa de doce.
El ciudadano en su casa cree que entendió algo… hasta que apaga la tele y se queda en blanco, como después de un partido malo.
Leonel y Danilo no tenían semanal. Leonel hablaba poco, pero cada frase sonaba a una clase universitaria. Danilo gobernaba en silencio, como el vecino que nunca opina en la junta del condominio. Ahora llega este Gobierno con La Semanal: cada lunes un altavoz en la esquina, mucho ruido para que nadie olvide quién pone la música.
El truco es la costumbre. Ya no existe el lunes: existe La Semanal. El presidente sonríe, da cifras, se indigna un poco, y después todos se van a tomar café. Es la nueva liturgia: la semana empieza con misa y termina con política.
La gente lo consume porque parece democracia en directo. Como si los periodistas preguntaran lo que quisieran. Pero el que controla el micrófono controla el relato. Y aquí el relato ya viene redactado desde la oficina de prensa.
En las últimas entregas, la estrella del show no fue la economía ni la seguridad, sino Leonel y Danilo. Y ellos, felices, porque cuando un presidente responde a la oposición, la oposición marca la agenda. Los gobiernos no responden: los gobiernos trabajan y muestran.
Y ahora, con cambio de jefe en comunicación, queda la pregunta incómoda: ¿vale la pena seguir con La Semanal o cerrarla? Porque, a veces, lo más transparente no es hablar mucho. Es saber callarse a tiempo.
