La dictadura de lo viral: como las masas digitales erosionan la democracia



Un análisis del comportamiento colectivo en redes sociales a la luz de la teoría de las masas de Gustave Le Bon

En 1895, Gustave Le Bon publicó “La psicología de las masas”, una obra fundacional para entender cómo el individuo, al integrarse en una multitud, modifica su conducta, pierde parte de su racionalidad y actúa de manera más instintiva y emocional. Más de un siglo después, las ideas de Le Bon parecen cobrar renovada vigencia en el análisis de las masas digitales, esas multitudes invisibles que se forman en redes sociales, plataformas virtuales y entornos de interacción en línea.

Le Bon observaba cómo en la multitud física el individuo se sentía protegido por el anonimato, diluía su responsabilidad y se dejaba arrastrar por la sugestión colectiva. Hoy, las redes sociales replican este fenómeno a escala global.

El anonimato digital, la velocidad de los mensajes y el diseño de algoritmos que premian lo emocional, refuerzan un comportamiento de masa en el que lo racional se subordina a lo inmediato y a lo instintivo.

En la psicología de las masas, Le Bon destacaba el poder de la sugestión: una idea repetida y emocionalmente cargada puede arrastrar a miles de personas. En lo digital, este contagio se amplifica con un ‘retuit’, un ‘me gusta’ o un ‘share’. La viralidad no es más que el eco moderno del contagio emocional descrito por Le Bon, solo que ahora multiplicado por millones de pantallas y acelerado por segundos.

La masa física buscaba presencia y acción en las calles. La masa digital construye la ilusión de participación a través de comentarios, encuestas, reacciones y hashtags. Este fenómeno otorga al individuo la sensación de ser parte de algo sin necesariamente tener que comprometerse más allá del clic. Le Bon ya advertía que la multitud reduce la reflexión crítica; en las redes sociales, esa reducción se traduce en polarización y en la creación de tribus digitales que refuerzan sus propias creencias.

Para Le Bon, las masas seguían a líderes carismáticos capaces de simbolizar emociones colectivas. En el mundo digital, los líderes de masas son influencers, políticos o generadores de contenido que logran encarnar el sentir de un grupo. No siempre son los más racionales, sino quienes mejor conectan con las emociones de la multitud. El liderazgo se redefine en la era digital, pero conserva la lógica emocional que ya describía Le Bon.

La masa digital tiene capacidad de presión política, puede construir reputaciones o destruirlas en cuestión de horas. Un trending topic puede movilizar gobiernos, marcar agendas o desatar crisis de legitimidad.

Pero también puede ser manipulado, generando desinformación, odio o campañas coordinadas que simulan espontaneidad. La masa digital, al igual que la multitud descrita por Le Bon, puede ser creativa y poderosa, pero también irracional y peligrosa.

El comportamiento de las masas digitales confirma que, pese al cambio tecnológico, los principios psicológicos descritos por Le Bon siguen vigentes: anonimato, contagio, sugestión y liderazgo carismático. La diferencia es que hoy estas masas ya no se reúnen en plazas públicas, sino en entornos virtuales controlados por algoritmos.

El verdadero peligro radica en que estas dinámicas pueden socavar los pilares de la democracia: la deliberación racional, la pluralidad de ideas y la construcción de consensos. Cuando la masa digital sustituye el debate por la viralidad y la crítica por la polarización, se abre el camino para la manipulación, la desinformación y la erosión de la confianza ciudadana en las instituciones.

El desafío que enfrentan las democracias contemporáneas no es solo tecnológico, sino profundamente cultural y psicológico. La velocidad con la que circula la información, la lógica de los algoritmos y la emoción colectiva que domina las redes, están reconfigurando nuestra manera de pensar, decidir y convivir. Si la razón fue alguna vez el motor de la esfera pública, hoy la emoción digital amenaza con desplazarla.

La pregunta que debemos hacernos, entonces, no es si las masas digitales pueden influir en la política —pues ya lo hacen—, sino algo mucho más esencial: ¿seremos capaces, como ciudadanos, de recuperar el pensamiento crítico en medio del ruido viral antes de que la democracia misma se diluya en un simple “trending topic”?

Por Leonardo Gil, consultor comunicación política y de Gobierno

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