Los que regresan sin país: el drama silencioso de las deportaciones dominicanas desde Estados Unidos



En República Dominicana se celebra con entusiasmo a la diáspora que envía remesas, pero se guarda silencio ante los miles que regresan deportados.

En lo que va de 2025, más de tres mil dominicanos han sido devueltos desde Estados Unidos, muchos de ellos después de décadas de trabajo, familia e integración.

Llegan con la ropa que llevan puesta, un expediente migratorio y una etiqueta invisible: la del fracaso.

El país los recibe sin plan, sin política, sin mirada. Los aeropuertos se convierten en portales de olvido. Nadie pregunta cómo están, en qué condiciones vuelven o si tienen dónde dormir. Y mientras el Estado sigue hablando de crecimiento, inversión y modernización, miles de ciudadanos regresan a una realidad que los expulsa por segunda vez, esta vez desde su propio suelo.

El drama de las deportaciones no es solo humano, sino político. La política exterior dominicana sigue siendo reactiva, no proactiva. Frente a cada ola migratoria o decisión estadounidense, el gobierno responde con silencio diplomático o declaraciones de protocolo.

No existe una narrativa de Estado sobre el dominicano en el exterior; mucho menos sobre el que retorna sin documentos.

Cada deportado representa un fracaso compartido: de la sociedad que no ofreció oportunidades, del sistema educativo que no formó para competir, del Estado que no planificó para retener talento ni ofrecer segundas oportunidades.

Pero también del liderazgo político que ha preferido mirar hacia otro lado para no incomodar a un aliado poderoso.

En lugar de diseñar un programa de reinserción laboral, capacitación o acompañamiento psicológico, seguimos tratando el tema como una estadística marginal.

Sin embargo, detrás de cada número hay un rostro, una historia, una familia rota. No son delincuentes: son ciudadanos que en su mayoría buscaron sobrevivir donde el país no les dio opciones.

La política moderna debería entender que la migración y su reverso, el retorno es un fenómeno estructural, no coyuntural. Gestionarlo exige visión, no improvisación.

Y si de verdad queremos un país más justo y humano, debemos empezar por asumir que los que vuelven también son parte del pueblo.

El desafío está en pasar del discurso de las remesas al discurso de la dignidad. No se trata solo de cuánto dinero envía los que se fueron, sino de cuánto respeto les ofrecemos a los que regresan.

¿Seremos capaces, como nación, de dejar de celebrar los dólares del que se va y empezar a abrazar la dignidad del que vuelve?

Leonardo Gil, Asesor en comunicación política y de Gobierno

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