Por Rafael Céspedes Morillo
Hace unos días me encontré en una de las redes sociales con una amiga a la que estimo mucho: Julissa Morel, profesional sencilla, capaz y trabajadora incansable. Ella hacía la presentación leída de un consultor político internacional. Leía su currículo, mencionando su nacionalidad y sus experiencias en los diferentes países donde se había desempeñado como estratega político.
Enumeraba tareas en campañas presidenciales y de otros niveles, en unos doce o más países. Sin embargo, sólo se mencionaban los nombres de dos de los asesorados; es decir, por lo menos diez o más nombres faltaban.
Personas como yo, cuando escuchamos cosas así, solemos preguntarnos: ¿por qué sólo dos nombres de al menos doce que debieron ser mencionados? Según mi experiencia, las razones más comunes suelen ser dos: La primera, que es falso; que nunca fueron realmente asesores en esos lugares.
Como dice uno de esos que acostumbran a hacerlo: “nadie se va a dedicar a investigarlo, de modo que la mayoría lo creerá”.
La segunda razón es que, en los casos no mencionados, fueron derrotados, y eso no aporta positividad al currículo. Aunque puede haber más razones.
Se parece a aquel ejemplo del médico cirujano que tenía un letrero en la sala de espera de su consultorio que decía: “A la fecha hemos operado a unas 245 personas”. ¡Claro! Faltaba una información muy importante que completara el ejercicio profesional, algo como: “aunque 243 han muerto”. ¿Quién confiaría en ese médico para someterse a una operación con él?
En el mundo de la consultoría política se ha vuelto costumbre escuchar a muchos “consultores” decir que han trabajado en “casi toda América Latina”, como si enumerar países fuera suficiente para validar una trayectoria. Pero rara vez explican con quiénes trabajaron, en qué tipo de campaña, y mucho menos hablan de los resultados.
Ese estilo de presentar credenciales suele ser engañoso. La experiencia sin efectividad tiene muy poco valor.
En mis más de 30 años de ejercicio como consultor político, he preferido siempre la transparencia: decir no sólo dónde, sino también con quién trabajé. Porque sólo así quienes evalúan el trabajo pueden conocer los resultados reales. Otros que a veces surgen por ahí son los envidiosos: los que no pueden competir con resultados, sino con diatribas, mentiras y las penosas calamidades humanas que a muchos les acompañan.
Las campañas que he hecho en Venezuela, por ejemplo, están a la vista. He dirigido alrededor de 29 procesos electorales allí, con sólo dos derrotas. Ese es el tipo de información que debería acompañar cualquier currículum profesional: uno que tenga como principio la transparencia y la honestidad como guía. No basta con mostrar la geografía de los viajes; lo que importa es la eficacia de los resultados.
La política es demasiado seria para dejarla en manos de consultores de vitrina. Lo que cuenta no es dónde estuviste, sino qué lograste estando allí.
Las reseñas de resultados, por más que los envidiosos intenten negarlas, siguen siendo verdades. Negar una verdad no convierte en mentira lo realizado. Llegará el momento en que habrá un despertar, y los “frondosos” árboles caerán porque sus raíces estaban podridas. Eran sólo imágenes, sin sustento, sin raíces reales que los sostuvieran. No existe una forma en que la mentira derrote a la verdad. Podrá aparentar estar ganando, pero más adelante caerá de bruces, porque —como he dicho en otras oportunidades— las mentiras necesitan muletas. Sigan corriendo, avancen, porque sin duda lo hacen hacia el abismo y no hacia tierra firme. Eso lo puedo firmar.
Mañana, o quizás pasado mañana, veremos su verdadero rostro, cuando aquel árbol sea derribado por una pequeña brisa, junto con todas sus ramas y con los frutos que sólo aparentaban serlo. ¿Y qué decir de los que prefieren los arboles aparentemente frondosos del vecino, a los firmes arboles de su propio terreno? Ojalá que cuando caigan, no sea sobre ellos.