Daniel Toribio
El Banco Central publicó este primero de diciembre un documento titulado “Estándares metodológicos de la compilación de las estadísticas del sector externo de RD y comportamiento de los generadores de divisas en 2025”, en el que defiende su forma de medir la inversión extranjera directa.
Afirma que incluir la reinversión de utilidades cumple con el Manual de Balanza de Pagos del FMI. Esa aclaración contable es correcta. Ningún economista serio ha cuestionado la metodología. Pero ese no es el debate. La discusión real es económica: qué significa esa cifra para el país y si expresa un dinamismo que la población pueda sentir.
En 2024, cerca del 37 % de la inversión extranjera reportada corresponde a reinversión de utilidades. Son ganancias generadas localmente por empresas extranjeras que decidieron no repatriarlas. Esa decisión refleja confianza, pero no equivale a capital nuevo ni representa entrada de divisas.
Desde la óptica de la balanza de pagos, no son dólares frescos. Es dinero que ya estaba en la economía y simplemente no salió. Confundir IED contable con ingreso líquido en divisas es asumir que una empresa es sólida porque tiene utilidades retenidas, aun cuando no disponga de efectivo para cumplir sus compromisos.
Equiparar reinversión con inversión nueva crea una visión incompleta del desempeño económico. Ahí está su punto más débil. Que la reinversión mejore la posición externa neta es un hecho contable, pero la economía necesita algo más que balances ordenados. Requiere inversión que genere empleo, aumente la productividad y aporte nuevas capacidades.
Reinvertir utilidades no implica, por sí solo, ampliar plantas, incorporar tecnología o expandir operaciones. Muchas veces es un ajuste financiero del grupo empresarial o una decisión tributaria. La falta de transparencia en la composición de la inversión extranjera agrava el problema.
El Banco Central publica el total, pero no detalla con regularidad cuánto corresponde a capital fresco, a reinversión o a préstamos entre empresas vinculadas.
Sin ese desglose, las cifras agregadas se utilizan como prueba de éxito económico, aun cuando una fracción relevante no represente nuevas entradas de divisas ni nuevas capacidades productivas. Y este punto no es menor. La economía dominicana necesita inversión extranjera que transforme, no una que solo registre ajustes internos.
El debate sobre la inversión extranjera es económico y político, no solo técnico. Las cifras pueden estar bien calculadas, pero deben interpretarse con rigor y transparencia. El país necesita saber cuánta inversión llegó realmente, qué parte fue capital fresco, en qué sectores se concentró y cuáles fueron sus efectos tangibles.
Sin esa claridad, el récord anunciado corre el riesgo de ser un logro estadístico más que un avance real en la estructura productiva.