Por Rafael Céspedes Morillo
Como era de esperar, Helen y su prima estaban nerviosas. Era una ocasión especial; pudiera significar el futuro promisorio de Helen. El señor Novas es recibido por la prima, mientras Helen se preparaba emocionalmente para su gran encuentro y se daba los últimos toques de su maquillaje especial, aunque sencillo.
Así llegó frente al señor Novas, que, como siempre, antes de escuchar la voz, se fijaba en el físico. Era tan natural en él que no se daba cuenta de que su actitud era notoria. Se hicieron los saludos de rigor y comenzó una conversación de introducción mientras apuraban un caliente café recién servido por la prima.
Helen tenía confianza en sí misma, pero eso no evitaba que fueran notorias las señales de nerviosismo, tanto que el señor Novas le refirió: “No estés nerviosa, que todo saldrá bien”. Ella respondió con un gesto y una sonrisa.
—Bueno, vamos a romper el hielo. ¿Tienes alguna grabación que yo pueda escuchar?
—Sí, la tengo. Déjeme buscar la grabadorita, que ahí es donde las tengo.
Mientras Helen se retiraba a buscar la grabadora, el señor Novas le dijo a la prima: “Tienes una prima muy linda, con un chorrito de voz; llegará lejos, te lo aseguro. Aquí, a veces, los cuerpos son mejores que las gargantas, y si tiene las dos cosas, es un palo”.
Helen regresa y coloca la grabadora frente al visitante, quien comienza a escuchar, y no pudo evitar la sorpresa al escuchar tan potente y melodiosa voz en una niña tan joven y, por lo que ya le habían dicho, sin escuela ni conocimientos de música.
Él le pidió prestada la cinta y le dijo: “Dame tres o cuatro días y te veré entonces; déjame hablar con mis relacionados. Prepárate para el estrellato”.
Todos rieron, y el señor Novas se despide con un abrazo y un beso a su próxima representada.
Las primas estaban felices; bailaban de alegría y veían un camino lleno de triunfos y, en especial, la oportunidad de salir de la pobreza que por tanto tiempo habían vivido.
Se hizo normal ver llegar al señor Novas tres o cuatro veces a la semana a buscar a Helen para ir a los ensayos, al fotógrafo, a audiciones, a estudios; en fin, a tareas propias de la carrera profesional que recién comenzaba en Helen.
En ocasiones, el señor Novas le brindaba un helado y aprovechaban para conversar de otros temas.
Novas tenía más de una intención. Comenzaba a crecer en él algo más que una admiración por Helen, lo que hacía que sus contactos se hicieran más frecuentes, tanto que la prima advirtió a Helen que se cuidara; veía algunos gestos y actitudes en él que no les parecían comunes.
Un día, Novas llegó lleno de algarabía a la casa de la prima, anunciando que se abriría un concurso de canto y que había inscrito a Helen, que el productor del mismo tenía una fama internacional. Quien ganara ese concurso tenía asegurado el futuro; por eso, se intensificaron los ensayos, una vez hecha la selección de varios temas musicales con los que participaría Helen.
El concurso se inició y desde el primer día Helen fue una de las favoritas del público, llegando como una de las tres a la ronda final.
Helen tenía fe y su creencia en Dios le era de mucha ayuda anímica. Novas había sido de gran ayuda en el caminar.
Fue la noche de la final cuando, sobreponiéndose a los nervios, logró ganar el primer lugar del concurso.
La ocasión era para celebrar y así Novas la lleva a su apartamento, donde ya tenía una bebida especial para celebrar lo que él suponía sería el resultado.
En la cómoda de su aposento se notaba una foto de una niña con una marca especial en el rostro.
Cuando él destapa la bebida, esta le cayó en el rostro a Helen y la mojó casi por completo, provocando que él recomendara ir al baño a secarse, mientras preparaba las dos copas para el brindis.
Cuando ella regresa del baño, al llegar frente a él, las dos copas se le caen y él casi cae al piso, desmayado.
Ella, asustada, casi le grita:
—¿Qué le pasa, señor Novas?, Él no pudo responder:
—Es que… eres mi hija.