El asociacionismo en el campo político




Isidro Toro Pampols

El ser humano, a través de la historia, tiene la tendencia a crear asociaciones cívicas, políticas, culturales, entre otras. El fenómeno asociativo se explica por el instinto gregario de los individuos. En el campo social y particularmente en la democracia, se ve potencializado por ser inherente a su existencia. A pesar de lo señalado, hoy los partidos políticos están asechados por grandes peligros.

En sociología de las organizaciones, la asociación es la unión libre de personas, grupos u organizaciones con fines propios, donde las unidades agrupadas como miembros aportan su contribución en la realización de los objetivos comunes. (1) De acuerdo con la precitada definición, son asociaciones las cooperativas, los sindicatos, los grupos de interés, partidos políticos, las iniciativas ciudadanas y los grupos de autoayuda.

El termino asociacionismo fue utilizado a principios del siglo XIX por pensadores como Robert Owen, padre del cooperativismo, Claude Henri de Saint Simón y Charles Fourier para describir sus ideas. Estos autores son reconocidos como socialistas utópicos.

En el sistema democrático se gestan movimientos políticos que nacen de causas objetivas con el fin de participar como una unidad orgánica con una estrategia definida orientada a transformar una situación dada mediante elecciones y coadyuvar en la consecución del poder político.
Hay un elemento distintivo que es importante destacar como bien observa el profesor mexicano José Fernández Santillana en su libro “el despertar de la sociedad civil” (2003) sobre la participación del individuo en varias asociaciones. Nos dice el catedrático: «el asociacionismo moderno no está basado en pertenencias inamovibles; por el contrario, cada persona puede incluirse en diferentes agrupaciones. Ir de aquí para allá insertándose en las funciones y asociaciones que le parezcan, con toda libertad, sin cortapisas, es el distintivo de la nueva sociedad.” (2)

De lo anterior deducimos que una persona puede participar de un movimiento que procure una sociedad respetuosa del medio ambiente, en otro feminista, provida, un partido político o de una asociación de cualquier otro tipo o característica.

Las asociaciones en general y las políticas en particular tienen feroces enemigos. El asociacionismo es una de las primeras víctimas de los regímenes autoritarios siendo prohibidos o controlados con el fin de neutralizar cualquier expresión de libertad o, incluso, ponerlos al servicio del gobierno. La causa es sencilla: la eficiencia de la oposición a cualquier régimen político se construye sobre la base de diversos tipos de asociaciones, más o menos estructuradas, para que sean orgánicamente capaz de laborar en función de conquistar sus objetivos.

Pero en los sistemas democráticos también se implementan diseños organizacionales perversos, usualmente, sobre la base del llamado argumento ab populum o la falacia según la cual una explicación es admitida porque cuenta con la supuesta opinión favorable de la mayoría de las personas: la colectividad piensa así, por lo que la validez del argumento pierde importancia. Veamos algunos ejemplos.

Un partido político representa una parte del todo. Debe tener una idea que se plasma en un programa de gobierno que busca implementar desde el poder. En su momento el neoliberalismo disfruto de la popularidad en elites poderosas de poder incluyendo quienes decían representar obreros, profesionales y clases medias. El neoliberalismo, sobre la base del Consenso de Washington fue el término utilizado en 1989 por el economista británico John Williamson, comprendía un paquete de reformas que buscaba la liberalización económica con respecto al comercio, la reducción del Estado y la expansión de las fuerzas del mercado dentro de la economía interna con el fin de estabilizar las cuentas macroeconómicas. Como corolario del Consenso de Washington Francis Fukuyama, un psicólogo estadounidense, escribe en 1992 un libro intitulado “el fin de la historia” donde expone su idea según la cual la historia como lucha de ideologías ha finalizado y se impone una democracia liberal. En el marco de este planteamiento, los partidos políticos quedarían reducidos a casi menos que clubes electorales porque en la sociedad se impondrá un pensamiento único.

Estos argumentos decayeron tras los recurrentes fracasos de las fórmulas neoliberales aplicadas especialmente en Hispanoamérica, pero resurgen nuevamente bajo el manto de la llamada revolución digital, lugar predilecto para esconderse los enemigos del asociacionismo ciudadano en general y del partidista en particular. Se presenta la idea de la inefabilidad de la tecnología sobre el discurrir humano y lo hacen controlando programas informáticos que buscan definir quienes serán los mejores candidatos para ocupar las funciones públicas, más allá de la participación de las personas. Así como se establece un baremo para evaluar algo o alguien, la automatización nos dirá el resultado sin que nosotros opinemos para nada. Ahora la pregunta que nos hacemos es la siguiente: ¿Entre quienes se realizará el debate ético sobre la noción de humanidad que tendrán las personas que harán el diseño informático que controlará a la sociedad? Tienen que existir asociaciones libres para discutir estos temas fundamentales para la existencia del ser humano y liberarnos de cualquier atadura cibernética.

Otra desviación, muy común en nuestros días, es la del electoralismo o la “actitud y conducta motivada por razones puramente electorales”, según el diccionario de la Real Academia Española, ha sido consecuencia, en parte, de la difusión de ideas neoliberales envueltas en papel de regalo. Es muy común confundir democracia con elecciones. Ver un partido con un programa y afiches de lideres enmarcados en ideas de cualquiera de las vertientes de la democracia social y actuar casi exclusivamente como maquinarias busca votos. Cierto que sin elecciones no hay democracia, pero los partidos políticos tienen la función insoslayable y la ardua tarea de coordinar la articulación de las aspiraciones de las comunidades con los programas y presupuestos de las distintas instancias de gobierno. Cuando un partido solamente funciona como maquinaria electoral, pierde su esencia y la democracia comienza a sufrir las consecuencias.

Otra desviación es el llamado cheque en blanco al voto universal, directo y secreto a lo interno de las agrupaciones partidarias sin mecanismos de democracia participativa. Existen innumerables críticas sobre ventajismo electoral en las elecciones generales de un país, estos extravíos se multiplican en un universo más definido. El voto universal, directo y secreto es una herramienta importante de la democracia participativa, pero los partidos y la sociedad deben contar con mecanismos de intervención donde los individuos sean considerados a la hora de tomar de decisiones. Ejemplo de ello lo tenemos en muchos municipios de Latinoamérica donde funciona, con diferente grado de eficacia, los presupuestos participativos y así, como este instrumento, hay otros que hacen posible su implementación con la ayuda de la informática.

La asociación de personas siempre ha existido, del caso contrario la humanidad no hubiese perdurado. En ese marco, los partidos políticos han agrupado sectores de la población que se identifican con ideas que uno o más lideres exponen y representan. La estructura orgánica de los partidos ha variado a lo largo de la historia, pero no su esencia articuladora de los intereses de sectores de la comunidad en los órganos del Estado y, especialmente, en el Poder Ejecutivo. Esa misión hay que cuidarla.

Notas:
1) Hillmann, Karl-Heinz. Herder. Diccionario enciclopédico de Sociología. Pág 55. España. 2001
2) Fernández Santillana, José. El despertar de la Sociedad Civil. Una perspectiva histórica, Editorial Océano, México, 2003.

Comparte esto!