Haiti ¿Renuncia a su herencia histórica?

Por Cristina Aguiar

Numerosos libros de historia de la pluma de autores haitianos o de otros gentilicios han descrito el proceso de la revolución que culminó con la separación de la colonia de Saint Domingue del imperio francés.
La colonia más rica y productiva, el florón de la corona, llegada a las manos de los Borbones franceses por los azares de la política en la Europa del siglo XVII. Una colonia que consumía a los seres humanos a la velocidad impresionante en que solo puede hacerlo la economía de plantación impuesta por el reino de Francia en la parte occidental de la isla Hispaniola.
Cuando en la metrópolis soplan los vientos de sublevación contra el viejo régimen monárquico y sus injusticias, la colonia de Saint Domingue exhibe una población insólita y desproporcionada para tales tiempos y territorio.
Si damos por veraz las afirmaciones de Frank Moya Pons, historiador dominicano, y de J. C. Dorsainvil, historiador haitiano, los colonos blancos suman alrededor de 35 000, los mestizos unos 120 000, para una población esclava importada de África en los barcos negreros franceses y holandeses, de unos 500 000. Esto en el 1789.
La Revolución francesa llega a las colonias americanas con sus aires emancipadores cuando la Asamblea decreta la abolición de la esclavitud en todos los territorios bajo el dominio de Francia, y la flor de lis símbolo de la realeza cede el paso a la “cocarda” tricolor de los revolucionarios republicanos.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano de 1789 marcará el destino de todos, algunos para la gloria y otros para el destierro y la huida.
Así comienzan a surgir las figuras que moldearan el futuro de la colonia: Toussaint Louverture, Rigaud, Dessalines, Geffrard, Ferou, Petion. Nutridos de las ideas de este fin de siglo de las luces, soñando con igualdad, libertad, fraternidad.
Sin embargo, la historia no es lineal, y los avatares de la Revolución en la metrópolis provocan cambios de escenario y de los actores que protagonizan los acontecimientos que repercuten en Europa y en los territorios de ultramar.
La figura del General Bonaparte se yergue por encima de las ruinas del año del Terror y el Comité de Salud Pública, en uno de los más celebres golpes de Estado de la historia moderna que pone fin al gobierno del Directorio, ultima forma de gobierno de la Revolución francesa, el 18 de brumario del año X (17 de noviembre 1799), lo acompañará el Abbé Sieyes, gran tribuno e ideólogo de la Revolución.
El triunvirato iniciará los aprestos para la adopción de una nueva constitución.
En la colonia de Saint Domingue, Toussaint Louverture quien desde el 1791 se había erigido en el líder indiscutible de la rebelión esclava y se autodenominó representante de la recién inaugurada República Francesa cuando esta pronuncia la abolición de la esclavitud, promulga en el 1801 una constitución que pretende aplicar a la colonia francesa. Napoleón Bonaparte no aceptó este gesto de autonomía acompañado de la afirmación de igualdad “del más grande de los negros al más grande de los blancos” y despacha el más formidable ejército que jamás haya llegado a tierras americanas, comandado por su propio cuñado, el Mariscal Leclerc.
El ejército de Toussaint y sus generales infligen grandes derrotas a las tropas francesas poco acostumbradas al clima tropical, los mosquitos, y la táctica militar de guerra de guerrillas a la que los antiguos esclavos habían convertido en su marca de victoria. No obstante, las rivalidades entre el Norte y el Sur van a cobrar una víctima de valor, Toussaint Louverture el héroe incontestable del alma libertaria haitiana será hecho prisionero por los franceses y llevado a Francia en 1802 donde no verá la culminación de la obra que inició en 1791, llevado a destiempo por la enfermedad y la melancolía en 1803.
Este hecho y las noticias provenientes de la metrópolis sobre el restablecimiento de la esclavitud por el Primer Cónsul Bonaparte, deciden a Jean Jacques Dessalines en precipitar la lucha después de la victoria de Vertieres, y el 29 de noviembre 1803 entra con sus tropas a la ciudad de Cap Français hoy Cap Haitien, finalmente la independencia es declarada el 1º de enero 1804.
Un hecho sin paralelo en la historia universal, una sublevación de esclavos que vence a tres potencias coloniales y se convierte en la primera república negra del mundo.
Al convertirse en estado soberano, la antigua colonia adopta el nombre indígena de Haití, y consagrará todas sus energías a preservar ese legado revolucionario sin negar no obstante el pensamiento emancipador de los enciclopedistas franceses, la divisa republicana lo testimonia, Igualdad, Libertad, Fraternidad, la misma que reza en el frontón de los edificios públicos en Francia.
El gentilicio es “haitianos” y su nacionalidad fieramente transmitida de padre a hijo a condición de que el color de la piel esté acorde con el que traduce la raza de los héroes de la independencia. Las constituciones que se sucederán a la constitución de Dessalines de 1805, que en su artículo 14 establece “que todos los haitianos serán conocidos con la designación genérica de negros”, predican lo mismo, es haitiano de origen el hijo o hija de padre o madre nacido en Haití si son de raza negra. La exigencia del color de la piel desaparecerá de los textos muy tardíamente como si la nacionalidad haitiana fuera la garantía de la preservación de un concepto ya conocido como es el de “pureza de la raza”, de los antiguos estatutos de Felipe II contra los judíos nuevos cristianos, única portadora de la memoria histórica.
El texto constitucional vigente, Constitución de 1987, modificada en el 2012, predica en su artículo 11:

Possède la Nationalité Haïtienne d’origine, tout individu né d’un père haïtien ou d’une mère haïtienne qui eux-mêmes sont nés Haïtiens et n’avaient jamais renoncé à leur nationalité au moment de la naissance. (Fuente www.haiti-reference.com/histoire/constitutions/const_1987.php)
Son haitianos los hijos de haitianos que no hayan renunciado a su nacionalidad en el momento del nacimiento.
Esta transmisión de la nacionalidad por el criterio de la filiación o jus sanguinis es lo que los iusinternacionalistas privatistas llaman criterio de sujeción perpetua. ¿Cuál es la razón de mantener este vínculo con el Estado haitiano a pesar de las migraciones, de la lejanía física? La nacionalidad celosamente transmitida de padre a hijo es la perpetuación de la memoria histórica, de las glorias pasadas, del culto a esos héroes emancipadores, del precio de la libertad.
Esa herencia histórica que solo viaja en la sangre compartida por el vínculo de la filiación.
Toda la historia constitucional de Haití así lo proclama, treinta y seis constituciones que han erigido la nacionalidad haitiana en la guardiana de la memoria colectiva de un pueblo que impuso la libertad como medida de la igualdad.
Es por esto que esas alegaciones de apatridia a los descendientes de haitianos nacidos en la República Dominicana es un verdadero insulto a su memoria colectiva, al ethos nacional.
Para que se diera la apatridia de estos tendría que desaparecer el Estado haitiano y su ordenamiento jurídico viejo de doscientos once años. Por consiguiente, no es apátrida quien hereda por filiación una nacionalidad que es una afirmación de libertad.
Los vaivenes políticos, el oportunismo y los intereses espurios al interés nacional pueden provocar circunstancias adversas pero cuesta mucho pensar que un pueblo renuncie a su herencia histórica para inspirar compasión.
Sin embargo, las declaraciones del jefe del Estado haitiano en lo que respecta los nacidos de haitianos en República Dominicana pretenden borrar con una simple declaración doscientos años de historia. Estas declaraciones grandilocuentes, que forzosamente resuenan a hojalata, son como se dice en francés, un pis-aller, un tente ahí, destinado a ganar tiempo, crear diversión de la realidad de un gobierno ilegitimo e incompetente para resolver las necesidades básicas del pueblo haitiano.
A la casi inexistente legitimidad se le aúna la ilegalidad, es como quien dice agregar el ultraje a la injuria.
Que nadie se llame a engaño, el pueblo haitiano no puede renunciar a su herencia sin dejar de ser; por eso, la cadena de transmisión de la nacionalidad no deja lugar a la apatridia. Lo que si existe como una realidad muy escabrosa es una población indocumentada por la carencia de un estado declarado fallido, una población mantenida en el estado de zombis por sus propios gobernantes.
Esta es la realidad que la comunidad internacional, si tiene algún asomo de moral, debería atender. Y si del derecho internacional se trata, los acuerdos entre la República Dominicana y la República de Haití son derecho internacional vigente, y ese es el primero que debe ser cumplido.
En cuanto a la intervención por amenaza a la paz y seguridad internacionales por la crisis migratoria que teóricamente desatarían las reconducciones a la frontera, cabe preguntarse si entonces la República Dominicana tiene o no derecho a su supervivencia como Estado y a su derecho incontestable de poner en orden la casa.
El silencio cómplice de todo el hemisferio nos da una idea de lo que puede sobrevenir.

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