KISSINGER: UN PERSONAJE COMPLEJO



Juan Pablo Lira B.

A los 100 años acaba de fallecer Henry Kissinger, quién fuera secretario de Estado y Asesor de Seguridad Nacional entre 1969 y 1975, de los presidentes Nixon y Ford. Ciudadano alemán, nacido en 1923 que adoptó la ciudadanía estadounidense en 1943, debiendo escapar del nazismo atendido su origen judío.

Tras tal guerra, ingresa becado a la Universidad de Harvard, donde en 1950 se graduó en Ciencias Políticas.

Su buena reputación académica y su cercanía con los Republicanos hizo que el presidente Nixon lo nombrara su asesor de Seguridad Nacional en 1969 y secretario de Estado en 1973, todo ello en plena guerra fría, lo cual hace más relevante su propuesta de cercanía con la China de Mao, rompiendo un cerco al impulsar el establecimiento de relaciones diplomáticas, cambiando así el curso de la historia universal.

Ese mismo año, recibe el Premio Nóbel de la Paz tras la firma del Acuerdo de Paz que pone fin a la guerra en Vietnam en la que su patria adoptiva resultara derrotada.

América Latina, no quedó fuera de la influencia de Kissinger, lo que ha sido evidenciado con diversos documentos oficiales desclasificados y publicados por el Archivo de Seguridad Nacional.

Esos papeles muestran que Kissinger le indicó a Nixon en 1970 que la elección democrática del presidente socialista chileno Salvador Allende era “uno de los desafíos más serios jamás enfrentados en este hemisferio”.
«Usted le hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende”, le señaló Kissinger personalmente a Pinochet en 1976, cuando asistió como secretario de Estado a la Asamblea General de la OEA, celebrada en Santiago, mientras en el mundo crecía la condena al dictador chileno por las violaciones a los derechos humanos.

Fue en ese mismo viaje que Kissinger se reunió con el canciller argentino y le transmitió su respaldo al gobierno de facto que emprendió una «guerra sucia» en la que morirían o desaparecerían más de 30.000 personas.

También apoyó acciones condenables en Vietnam y Camboya, en Timor Oriental y Chipre. Sin olvidar a los kurdos, y al régimen del apartheid en Sudáfrica que robusteció, y a los muertos de Bangladesh a los que menospreció.

Muchos soñaron con el día en que Kissinger tuviera que comparecer ante un tribunal de justicia y responder por sus crímenes contra la humanidad. Estuvo a punto en el 2001 en París.

Sin embargo, en vez de aprovechar esa ocasión para limpiar su nombre, huyó de Francia. También escapó de Londres cuando Baltasar Garzón solicitó que la Interpol detuviera al exsecretario de Estado de Estados Unidos.

Para Kissinger nada que ocurriera en el sur del globo terráqueo tenía relevancia. Asi se lo dijo en 1969, al Canciller chileno Gabriel Valdés, cuando acompañado de todos los Embajadores de América y el Caribe le entregara en Washington al presidente Nixon el Consenso de Viña del Mar, documento en el que se explicitaba la asimetría entre Estados Unidos y los países al sur del Río Grande para una relación puramente económica, a pesar de que América Latina había contribuido con sus materias primas a enriquecer a la potencia del norte.

Kissinger, visiblemente molesto, le respondió poco después con esta histórica diatriba: “Señor ministro, usted hizo un discurso bien extraño. Vino aquí a hablar de Latinoamérica, pero eso no tiene importancia.

Nada importante puede venir del sur. La historia no se ha producido jamás en el sur. El eje de la historia empieza en Moscú, continúa por Bonn, cruza hasta Washington y de ahí pasa a Tokio.

Lo que pase en el sur carece de importancia”.
A pesar de ello, descanse en paz.

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