Rememorando una amarga experiencia con Haití



Por Manuel Jiménez

El 12 de enero del 2010, Haití sufrió un devastador terremoto que dejó más de 3 mil muertos, centenares de heridos y desaparecidos, y colapsó gran parte de su infraestructura física. Este suceso marcó una de las tragedias más críticas en la historia de quien sigue siendo considerado el país más pobre del hemisferio occidental.

Recordemos la inmediata reacción del gobierno, en ese entonces encabezado por el Presidente Leonel Fernández, y del pueblo dominicano, quienes no tardaron en mostrar su solidaridad ofreciendo asistencia humanitaria, enviando equipos rescatistas y proporcionando medicinas y alimentos gratuitos a través de los Comedores Económicos, así como de otras agencias oficiales.

Pero la respuesta del Estado Dominicano no se limitó a la ayuda inmediata. Fernández dispuso la creación de una comisión técnica, encabezada por el entonces ministro de Economía, Planificación y Desarrollo, ingeniero Temístocles Montás, para coordinar con las autoridades haitianas y la Minustah un plan de reconstrucción a presentar ante la comunidad internacional.

En unas tres o cuatro ocasiones, acompañé al ingeniero Montás y al resto de la comitiva a Puerto Príncipe (en ese entonces era director de Comunicaciones del Ministerio de Economía) para dar cobertura noticiosa a las reuniones planificadas. Decenios después, puedo testificar que aquello fue una experiencia terrible.

En lo que quedaba de un importante hotel en la capital haitiana, se instaló una gran mesa donde se sentaron representantes del gobierno haitiano, empresarios, miembros de la sociedad civil haitiana y comisionados dominicanos, europeos, estadounidenses y canadienses, así como de agencias internacionales como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

En una de esas reuniones participó el entonces Secretario General de la Cumbre Iberoamericana y ex Presidente del BID, Enrique Iglesias, quien había llegado a Santo Domingo el 5 de febrero del 2010 con la intención de viajar a Puerto Príncipe. Acompañado del ingeniero Temístocles Montás y de quien esto escribe, llegó a la capital haitiana ese mismo día.

¿Por qué fue tan traumática aquella experiencia? Durante las reuniones, los representantes extranjeros estuvieron de acuerdo con algunos puntos de la agenda, pero era casi normal que del lado haitiano no hubiera consenso. Las mayores contradicciones surgían entre los propios haitianos, dificultando llegar a acuerdos con los representantes de la comunidad internacional.

Al final, se emitió una declaración de intención que apelaba a la solidaridad internacional en aquellos momentos cruciales y dramáticos para Haití. Sin embargo, no fue hasta marzo del mismo 2010 que el Presidente Fernández convocó en Santo Domingo una cumbre internacional para la reconstrucción de Haití, a la que asistieron representantes de 28 países.

En esa cumbre se llegó a un consenso sobre la inversión necesaria para la reconstrucción de Haití, estableciéndola en 3,800 millones de dólares, cifra que sería refrendada en una cumbre mundial en la sede de Naciones Unidas en Nueva York.

Hubo compromisos serios de países y organismos internacionales para ir desembolsando esos fondos gradualmente en un período de 18 meses, promesas que no se materializaron debido, en gran parte, a la falta de agencias ejecutoras haitianas con credibilidad para administrar los recursos.

Una parte de estos recursos se canalizaron a través de ONG que, de acuerdo a los resultados, o no administraron de forma fiel y transparente esos fondos o no los canalizaron estableciendo prioridades, pues las consecuencias de aquel fatal terremoto aún están presentes en Haití.

Este relato evidencia cómo la idiosincrasia haitiana y su falta casi absoluta de institucionalidad han sido un obstáculo importante para la actitud de la comunidad internacional hacia este empobrecido país.

Los dominicanos no hemos quedado con buena voluntad de asistirles porque tradicionalmente esa solidaridad no ha sido devuelta en iguales términos. Incluso, el propio Presidente Fernández ha recibido en carne propia el desprecio de esa clase dirigencia haitiana, que incluso conspiró contra su vida durante una visita oficial a la capital haitiana, y posteriormente despreció la universidad que el pueblo dominicano regaló al pueblo haitiano.

Pero la solidaridad dominicana con Haití se remonta desde hace décadas, pues esta parte de la isla ha sido refugio de miles de sus nacionales huyendo de la pobreza, la violencia, la inestabilidad institucional, en general del terrible drama socioeconómico que históricamente acumulan y ahora con niveles de violencia y descontrol de seguridad que amenazan su propia supervivencia como pueblo.

En este contexto se pone nuevamente en evidencia la falta de iniciativa concreta de la comunidad internacional para ir en auxilio de ese sufrido país, alargando su agonía, pese al incremento de la violencia, el alto número de víctimas, los desplazamientos que afectan a más de 300 mil familias, el hambre y el desorden institucional. Haití despierta miedo y su destino no debe estar en manos de una comunidad internacional que ha encarado su drama con hipocresía, sino de la capacidad que tenga su liderazgo nacional para reflexionar, consensuar iniciativas que ayuden a su país a superar su bien ganado calificativo de Estado fallido.

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