El presupuesto nacional, el sistema, los “barrilitos” que no se ven y las reformas



Por José Ricardo Taveras Blanco

El dinero es el eje del sistema político y del modus operandi de los intereses que medran en torno al Estado, se financian fundamentalmente con el presupuesto nacional a través de todos los componentes del Estado.

El ciudadano común no se percata de ello porque ignora cómo funciona, también que en algunos casos la naturaleza de las funciones y los métodos con que se implementa esa distorsión a veces facilitan que ese vicio sistémico pase desapercibido y que haga mucho más compleja la labor de establecer quiénes son los beneficiarios finales.

Resulta pues mucho más complejo que determinar quiénes son los del barrilito, con el que se suelen comprar de cajas de muertos, pagar recetas, gastos de nueve días, ayudas de estudiantes, habichuelas con dulce en semana santa, el “pote” de la navidad y también las malas prácticas de provecho propio de las que se ha tomado conocimiento en varias ocasiones.

Se trata de un tema recurrente con el cual la opinión pública estigmatiza y se ensaña con una práctica que no es exclusiva del congreso, es sistémica, funciona en todos los estamentos públicos y privados que medran en torno al Estado, pero, para desgracia del congreso y los congresistas, como el congreso es la institución más expuesta por la naturaleza forzosamente abierta con que está obligado a operar, es el que permite desnudar esos vicios con mayor espontaneidad.

El barrilito nace como un mecanismo inspirado en el equilibrio y transparencia mediante los cuales se trató de evitar el peso de la discreción de los presidentes de las cámaras que solían privilegiar a unos más que otros y que al mismo tiempo se pudiera liquidar la ejecución de los gastos sociales de los congresistas, razón por la cual a cada legislador se le comenzó a asignar un presupuesto para mitigar las demandas de un sistema sustentado en el clientelismo en el contexto de un Estado que carece de políticas sostenibles y de objetivos estratégicos en general, y que por vía de consecuencia, tiene sistema público de salud pero no sana, escuelas gratuitas, pero no educa, un sistema de asistencia social de complejo acceso y gestión discrecional que no ayuda, en fin, de todo, pero nada.

Sin embargo, lejos de lograr su objetivo y a pesar de la obligación de los legisladores de tener que liquidar esos gastos traducidos también en el pago de oficinas donde recibir sus electores, burocracia para asistirles en la tarea y por supuesto las ayudas sociales ya dichas más arriba.

Un cuadro así, en general y sin generalizar, por supuesto que irrita legítimamente al contribuyente y merece el desprecio del que se ha hecho acreedor, de manera que estas líneas en ningún caso pretenden contrariar la sensibilidad de una opinión pública razonablemente resentida por esas prácticas.

Sin embargo, no es justo que perdamos el tiempo ensañándonos contra los legisladores y no visualicemos el problema en sus raíces y que además no nos centremos en uno de los más inofensivos de los barriles que gravitan sobre el presupuesto, de ahí que sea tan gráfico el diminutivo de barrilito, porque frente a los demás su pecado es no ser un barril “popi” y dejar ver su naturaleza de chiquito y “wa wa wa”, lo cual no lo hace excusable.

En efecto, nuestro presupuesto está a cargo de buques petroleros, de carbón o gas, aviones de carga del tipo Antonov, de patanas de doble cama, contenedores, barriles, barrilitos y hasta cubetas de trapear como podría ser la de una pensión otorgada a un tránsfuga en el marco de una campaña electoral, todos tienen en común que se financian y se lucran con el mal llamado dinero público, que tal como dijera Margaret Thatcher no es otra cosa que nuestro propio dinero, el mismo que nos quieren arrancar de nuestras entrañas a sangre fría para financiar el pantomímico andamiaje con el que desgraciadamente nos sirven un sistema político y de libertad de mercado.

A título enunciativo me limito a mencionar, entre otros, algunas taras mucho más graves que el barrilito y que deben ser sepultadas con éste en una fosa común en el Cementerio de la Vergüenza Histórica. A Saber:

a) Las exenciones fiscales establecidas entre 1968 y 1969, justas, necesarias, es más, imprescindibles en su momento, pero reconducidas sin límite de tiempo.

Las leyes de incentivos son dispositivos estratégicos mediante los cuales el Estado se desprende provisionalmente de la cuota que debemos todos al bien común para permitir el afianzamiento de sectores por razones estratégicas, pero aquí no, aquí las queremos hacer dignas de poseer varios de los atributos de la divinidad en cuanto a que sean inmutables y eternas.

b) El sistema de generación eléctrica nacional, criminalmente subsidiado, no sólo por el Estado, también por contribuyentes y consumidores que cumplen sus obligaciones de pago, penalizados por un sistema de convierte en látigo la facturación de un servicio deficiente por el simple pecado de prender un aire acondicionado.

Incapaz de cobrar, de eficientizar transmisión que acusa un promedio de un 40% de pérdida, discriminatorio y pendejo porque no se atreve a cobrar gracias al comodín de que lo que no nos puede expoliar será pagado por el gobierno al fin y al cabo, el mismo que hace las inversiones y luego se las entrega generosamente en manos de los intereses.

c) La publicidad del Estado, fundamentalmente del área del gobierno, se afirma que nos gastamos más de 11,000 millones en la facturación de una publicidad que sustenta el bocinazgo que aplaude como foca al presupuesto, no a los partidos, algo que creo ya nos queda demasiado claro.

Una publicidad colocada a través de “agencias” convenientemente domesticadas que hacen complejo el acceso a los beneficiarios finales de tan suculento pedazo del pastel.

d) Se les nombran ejecutivos a los plutócratas en los organismos estatales que se supone están destinados a controlar sus acciones en el mercado.

En este renglón cabe mencionar que se le entregan en calidad de uso o comodato a título gratuito la gestión de ministerios a grupos empresariales para que los operen como departamentos de planificación y proyectos de la finca en la que pretenden o más bien han convertido al país.

f) Obvio por el momento referirme a la inmarchitable sociedad civil, de esa hablaremos luego, porque esa no tiene barrilitos, esa tal vez entre en el plano de ser, además de sirvienta de intereses extranjeros y nacionales, acreedora de contenedores o patanas para financiar sus enormes sacrificios por la civilización humana, porque dominicanos no son, asesinos de honras ajenas y francotiradores expertos para matar paradigmas, detentadores de cuotas de poder para nada despreciables a cambio de nada, sin que nunca saquen de sus ínsulas un centavo para hacer un serrucho para la compra de una caja de muerto hecha con tablas de bacalao en el velorio de un ningún pobre infeliz y abandonado.

Es en ese contexto en que nos avocamos a una reforma fiscal inmoral por el perfil con que se viene lubricando, hablándonos de sacrificios con el Itebis, destinado a ser pagado por los pobres como consumidores finales, aquellos que en ningún caso lo pueden compensar, pidiéndonos que nos sacrifiquemos para mejorar la presión fiscal sin que en ningún momento la autoridad nos hable de sacrificios del sistema para la evaluación de la calidad del gasto, no, la vía fácil y que nos jodamos todos y se salve el sistema, no importa, el barrilito les sirve de pararrayo mientras se reconduce el actual estatuto de privilegios imperdonables al que no suele alcanzar ninguna mirada.

Esto es lo que se le vende a la ingenuidad de nuestra desinformada clase media y a la sociedad en general, como si el barrilito fuera la única fuente de privilegios irritantes que padecemos, única causa de nuestras desgracias, como si éste no fuera parte de los vicios de un sistema que impunemente ha elegido el dinero como eje operativo y alma de toda acción o indiferencia, en el que los sentimientos altruistas terminan siendo vomitados, estigmatizados y condenados al olvido.

De reformar esa “cultura” nadie nos va a hablar, pero que les quede claro a todos, el culpable de eso es el congreso, único órgano con capacidad para transformarla pero integrado por generales con vocación de sargentos de línea, aunque en ello tire a rodar por el suelo su propio prestigio y honor.

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