¿Leonel puede ser presidente?



Marino Beriguete

Al entrar en el segundo año del segundo mandato de Luis Abinader, varios amigos me han lanzado la misma pregunta, con una mezcla de intriga y escepticismo:

—¿Tú crees que Leonel pueda volver a ser presidente?

En política, respondo siempre, nada es definitivo. Todo se mueve, todo se tuerce, todo se recompone. Tres años son una eternidad: en ese tiempo un país puede transformarse o hundirse; un líder puede nacer, desaparecer o resucitar. Y, sobre todo, la comunicación es un río caprichoso: en una nación donde los medios siguen la corriente más fuerte, hoy eres la noticia y mañana el olvido.

Napoleón lo sabía. Había conquistado medio mundo, sometido monarquías, cambiado mapas. Pero en abril de 1814, la presión combinada de enemigos externos y de un pueblo exhausto lo derribó. Abdicó y fue enviado a la Isla de Elba con un puñado de fieles. Allí, entre la humillación y el tedio, empezó a tramar lo imposible: regresar. Nadie, ni en Francia ni en Europa, lo creía capaz. La prensa lo trataba como un cadáver político.

En febrero de 1815 escapó. Un barco diminuto, su guardia personal, y rumbo a Francia. Comenzaba la aventura que la historia bautizó como “Los cien días”. El periódico oficial, Le Moniteur Universel, narró su avance con titulares que hoy parecen una parábola sobre la volatilidad del poder:

9 de marzo: “El monstruo escapó de su destierro”.
10 de marzo: “El ogro ha desembarcado en Cabo-Jean”.
11 de marzo: “El tigre ha llegado a Gap”.
13 de marzo: “El tirano está en Lyon. Cunde el pánico en las calles”.
18 de marzo: “El usurpador está a seis jornadas de París”.
•19 de marzo: “Bonaparte avanza a gran velocidad, pero nunca entrará en París”
20 de marzo: “Napoleón llegará a las murallas de París mañana”.
21 de marzo: “El emperador está en Fontainebleau”.
22 de marzo: “Ayer, Su Majestad el Emperador hizo su entrada pública y llegó a las Tullerías. Nada puede exceder la alegría universal. ¡Viva el Imperio!”.
En trece días, el “monstruo” se había convertido otra vez en “Su Majestad”.

Si guardamos las distancias —geográficas, históricas, temperamentales— y trasladamos la escena a un país caribeño donde la política se parece a una novela por entregas, con periódicos que juegan a las simpatías y políticos que se reinventan cada temporada, podemos entender que cualquier cosa puede ocurrir.

Abinader, lo he notado, cuenta con un ejército de asesores en comunicación y redes sociales. Maneja bien la imagen, controla la puesta en escena, administra los mensajes. Pero no sé si dispone de suficientes estrategas políticos, de esos que anticipan escenarios y miden riesgos invisibles. Porque la política, a diferencia de la comunicación, no se gana con “likes” ni titulares: se gana con estructura, con alianzas, con un propósito común que mantenga unido al partido cuando cambie el viento.

Si llega a diciembre sin una brújula política clara y sin un proyecto capaz de unificar a su organización, podría estar abriendo una grieta que, con el tiempo, se convierta en un abismo. Y en ese vacío, la figura de Leonel —para algunos un recuerdo, para otros un adversario agotado— podría iniciar su propia travesía desde la Isla de Elba dominicana.

Porque en política, como en la historia, la última palabra no está escrita. La dicta el tiempo. Y el tiempo, en el poder, siempre pasa demasiado rápido.

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