Manual para borrar a Bosch y Balaguer



La política dominicana tiene un talento: borrar a sus mejores hombres con la excusa de homenajearlos. A Joaquín Balaguer y a Juan Bosch no los han borrado los enemigos, sino sus propios partidos. El crimen siempre es más elegante cuando se comete en familia.

Algunos boschístas, cuando llegaron al poder, no heredaron la ética ni los ideales de su maestro. Heredaron la marca. Y con la marca, un cheque en blanco. Repartieron el Estado como quien reparte pedazos de pastel en una boda donde nadie conocía al novio. Bosch quedó reducido a un busto solemne, útil para posar flores una vez al año.

Así también otros balaguerístas fueron más astutos. Descubrieron que el muerto valía más que el vivo. Exprimieron el apellido como una caña dulce. Todavía hoy hay ingenuos que creen que pronunciar “Balaguer” es suficiente para arrastrar votos, como si los fantasmas fueran agentes electorales.

La política después de ellos no avanzó: se vulgarizó. Lo que antes era proyecto hoy es nómina. Lo que antes era doctrina hoy es presupuesto. Los partidos se convirtieron en castas mantenidas por el dinero público. Una democracia que sale más cara que la dictadura de Trujillo, porque al menos Trujillo no tenía la delicadeza de disfrazar el robo de pluralismo.

Los políticos actuales se llaman herederos de Bosch o de Balaguer, pero son como esos nietos que no saben nada de su abuelo y lo usan solo para presumir en la sobremesa. Repiten los nombres como contraseñas para entrar en el banco. La gente, en cambio, recuerda. No olvida. El olvido está en las cúpulas, en los que viven de cadáveres mal entendidos.

Borrar a Balaguer y a Bosch es imposible. Sus sombras siguen ahí, esperando en los libros, en los discursos originales, en las contradicciones que los hacían humanos. Pero quizá de eso se trata: de que nadie los lea demasiado, no vaya a ser que alguien descubra cuánto hemos retrocedido.

Al final, los partidos borran a sus fundadores porque no soportan el espejo. Y el país paga la factura. A veces pienso que la política dominicana no necesita más héroes. Solo necesita dejar de asesinar a los suyos dos veces: primero con la muerte, después con el olvido rentable.

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