Por Rafael Céspedes Morillo
Y finalmente…
Al terminar esta serie sobre una persona a la que admiré tanto, confieso que me quedan muchas cosas por decir; pero siento que debo hacer justicia a figuras que fueron colaboradores incansables y voluntarios en la vida y obra de Jacobo Majluta, tanto en lo personal como en el campo de la política.

El orden en que los menciono no obedece a ninguna razón en particular. Me refiero a personas como Tony Raful: cercano, comprometido, fiel y de mucha ayuda en lo profesional. José Ovalle, de quien intenté evitar su partida sin lograrlo; cuando estos se marcharon, lo hicieron ‘’sin querer queriendo’’ con dolor de ambas partes, me consta.
Debo referir algunos de sus cercanos colaboradores sobre los cuales conozco los aprecios que se tenían, como Bamby Lugo, Juan Arturo Rodríguez, William Jana Tactuck, Vinicio Hernández —impresor de todo lo que se necesitara, sin tomar en cuenta el valor—, Amado Hernández, quien era el “chofer” preferido; Héctor Guzmán, Zaida Lovatton y su hermano Máximito Lovatton, Rachid Zaiter, los hermanos Sánchez, Iván Rondón, Andrés Vanderhost, Chichí Selman, Frank Valdez, Juan López, Tomás Hernández Alberto, el pequeño que se enfrentó a la gran sotana, y otros, porque eran muchos más que ahora no tengo en la memoria, pero que fueron de suma importancia en el proyecto de Jacobo.
No debo dejar de mencionar a los leales encargados de la seguridad, como lo fueron el coronel Coma y el coronel Cáceres Francés; y, en el ámbito civil, el gran Casado y su equipo.
En la parte profesional, debo destacar al estelar Claudio Cheas, Lorenzo Sánchez, Pedro Caba, Juan José Ayuso, José Zayas, y —por deseos y calidad— al músico, el querido gordo Danny, sin dejar al Dr. Julio Hazim. Ferviente cercano colaborador sin vacaciones. Y eran más…
No hablo de la familia por considerarlo innecesario, tanto por la parte directa como por la familia política, sin embargo, Freddy era especial para él, a quien le tenía consideración supra. Con Cheo Canaán había una cercanía muy estrecha. Jacobo era muy familiar, pero como siempre, con unos más que con otros.
Y no me faltan en la memoria los dirigentes cercanos como Ligia, Stormy, Trajano, Ricardo Winter y otros.
Termino con algo que no recordaba, pero que creo vale la pena incluir: me refiero a un poema que mi esposa le escribió a Jacobo cuando este murió. Aquí lo dejo:
Jacobo
¡Ya hace un mes que te fuiste, sin poder despedirte!
Y me sentí como si se alejara el sol, en pleno mediodía,
como si se fugaran del cielo las estrellas,
como si el mar azul de negro se vistiera
y en todos los jardines las flores contigo murieran.
Pero… dejaste el sol en tu calor humano,
y dejaste estrellas en el sutil recuerdo de cada uno de tus días;
y nos dejaste un mar teñido del color de tus justas ideas,
y el jardín del país se llenará de ti, en cada rosa blanca estará tu nobleza,
y cada margarita reflejará la luz de tu franqueza.
Y cuando nazca un lirio, evocará la paz que siempre idolatraste,
y estará tu constante prédica del perdón
en cada girasol que humildemente nazca.
Y… cuando algún clavel se atreva a desafiar la más clara belleza,
allí estará tu afán por ayudar,
y un balcón de cayenas revelará tu amor y tu decencia.
Y entonces nacerán las hortensias, para gritar al mundo que en ti se conjugó
la máxima expresión de un buen amigo.
Y… en un rincón callado, brotará algún jazmín para recordarnos
que así eras tú: tranquilo y sosegado;
que eres luz y eterna melodía,
y eres el mar y el sol en tu recuerdo, máxima inspiración para ser bueno.
Y sé que, de haber podido despedirte, habrías hablado así:
“Les dejo porque llegó el momento de marcharme.
Les ruego que, si me aman, no lloren al recordarme.
Prefiero que, a nadie, nunca más, le guarden rencores,
y que sean humildes y sensatos, y llenen de amor sus corazones.
Y… que nunca usen mi modesta memoria para nutrir su ego ni anidar ambiciones.”
Sí, así eras tú; por eso te marchaste solo y sin decir nada.
Pero quienes te amamos entendimos que el cielo se nubló
desde que te enfermaste, y se llenó de luz el día que al cielo llegaste.
Sabiendo que Dios, al recibirte, entonó una canción y llegaron allí mil jilgueros y una legión de ángeles que, danzando alegremente,
también te recibieron.
Adios, Jacobo, Adiós.