Por Milton Olivo
Hubo una vez, en la vasta y vibrante comarca de Santo Domingo Este, la Costa del Faro, un tiempo en el que la luz comenzaba a brillar con más fuerza. El municipio era dirigido por un administrador conocido como El Pastor Dio Astacio, un hombre de gestión eficiente, desarrollista y, sobre todo, de corazón compasivo y humano.
Bajo la guía del Pastor Astacio, Santo Domingo Este florecía. Su trabajo era tan evidente que nueve de cada diez habitantes (más del 89%) le entregaban su simpatía y confianza. Era un muro de apoyo sólido, construido ladrillo a ladrillo con obras y servicio.
La Sombra de la Envidia
Sin embargo, en los rincones oscuros donde la luz del trabajo no llegaba, habitaban aquellos que deseaban el poder, no para servir, sino para reinar y servirse como en el pasado. Al ver que no podían superar al Pastor con propuestas creativas ni con esperanza, decidieron usar un arma vieja y oxidada: la mentira política.
No se atrevieron a dar la cara ellos mismos. En su lugar, contrataron a un Pregonero (a quien llamaremos Buitrago en esta historia). La misión del Pregonero era simple pero vil: difamar por encargo.
—Ve y mancha su túnica —ordenó el Amo desde las sombras—. Di que su gestión es mala, inventa caos donde hay orden, para que yo pueda hacerme un espacio en el escenario donde hoy no tengo lugar a ver si en el futuro puedo volver.
El Falso Cuento de las Arcas
El Pastor había instalado en la comarca unas grandes Arcas de Limpieza (los contenedores) para sanear las calles. El pueblo estaba feliz; más del 90% de los vecinos celebraban la llegada de estas Arcas e incluso pedían más, pues veían en ellas el fin de la suciedad.
Pero el Pregonero, fiel a su triste encargo, salió a las plazas gritando lo contrario. Creó historias falsas, montó un teatro de rechazo y gritó a los cuatro vientos que las Arcas eran odiadas, tratando de convertir una bendición en una maldición a los ojos de los incautos.
El Juicio de la Verdad
Pero la mentira, aunque corre rápido, tiene piernas cortas. La Justicia, que es ciega a las influencias pero atenta a los hechos, llamó al Pregonero a rendir cuentas.
El mazo del juez cayó con un sonido seco que resonó en toda la Costa del Faro:
«Seis meses de prisión y dos millones en tributo es el precio de tu infamia».
El castigo cayó sobre el Pregonero Buitrago por usar su voz para destruir. Y aunque muchos sintieron que la justicia se había cumplido, quedó un sabor amargo en el aire: la condena no alcanzó al Amo, aquel que dio la orden y que, escondido, vio caer a su peón sin mancharse las manos.
La Moraleja de la Comarca
La gente de Santo Domingo Este miró lo sucedido y entendió la lección. No hubo alegría por la jaula del Pregonero, pues nadie de buen corazón celebra la prisión ajena. Sin embargo, hubo un suspiro de alivio por la advertencia:
La política debe elevarse: No se gana el corazón del pueblo destruyendo al que trabaja, sino presentando propuestas que despierten esperanza.
La verdad prevalece: Al igual que con los contenedores, la realidad de una gestión eficiente no puede ocultarse con humo.
El llamado a los mensajeros: Que esta sentencia sirva de faro para que los comunicadores abracen la verdad constructiva y no el encargo destructivo.
Y así, la comarca siguió su camino, aprendiendo que para construir la Patria Soñada por los próceres, los cimientos deben ser siempre la verdad, el trabajo y la honradez.
Análisis de la situación
Esta parábola ilustra cómo la difamación, aunque utilizada como atajo político, termina chocando con la realidad de una gestión respaldada por la mayoría. El caso Buitrago sienta un precedente judicial importante sobre los límites de la «libertad de expresión» cuando esta se transforma en calumnia sistemática.
El autor es escritor
Milton Olivo
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Milton.olivo@gmail.com
SANTO DOMINGO, R.D.
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