¿Qué pasaría si haitianos invaden provincias fronterizas?




Por Hanoi Vargas
Aunque la globalización apuesta al deceso del nacionalismo, no es fácil deshacer una identidad ciudadana y patriótica sellada con sangre en momentos donde se ve amenazada la patria; en tal sentido, un simple análisis histórico y sociológico del haitiano en su relación con los dominicanos, nos dice que la crisis actual del vecino país es diferente, y la amenaza de querer arrebatar zonas fronterizas, bastante serias.


La ausencia diplomática por pérdida del régimen político, sustituido por bandas armadas, dirigidas por deportados de EU; creencias mágico religiosas que obnubilan la razón; retiro del respaldo económico de los organismos internacionales; un bloqueo migratorio general; vigentes pensamiento de posesividad territorial por una ocupación que duró 22 años en los tiempos Jean-Pierre Boyer; inconformidades por sentimientos de servidumbre; hambre y escasez más allá de lo tolerable; y ausencia de recursos naturales, nos hablan de un “polvorín” cercano al fuego.


La suma de estos componentes no deja lugar a dudas que la insensatez de invadir, con la misma mentalidad primitiva que los ha llevado a depredar sus recursos naturales, descuartizar conciudadanos, quemar personas y ostentar canibalismo, es algo de esperarse; no porque sea posible llevarnos al estado previo de independencia, sino porque tantos años reprimiendo animadversiones, y privaciones que han esperado soluciones nunca resueltas, invitan a expresarse para hacer algo diferente que solo “esperar la muerte”.


Lo penoso sería que por los muchos pagarían todos; entre ellos, personas que han buscado sobrevivir trabajando en el país, alejándose de una subcultura que los estigmatiza, y para los cuales pueda no haya distinción a la hora de un estallido social, del que pudiéramos esperar: “Estado de Emergencia”; agresiones callejeras entre haitianos y dominicanos por mutua percepción de amenaza; persecución y linchamientos; estampida de nacionales haitianos a demás islas del caribe; daño físico a nacionales de color (por confusión), estampida de dominicanos vulnerables alejándose de las fronteras; incendios y saqueos a centros comerciales; caída en las remesas haitianas; aumento del costo en bienes raíces, con desaceleración y carestía agrícola, porque hemos permitido que la construcción y la agricultura depende de manos extrajeras; alejamiento del turismo y la diáspora.


Y como habría de esperarse: muchos oportunistas perturbando por las redes sociales; aumento en la venta y posesividad de armas; mayor demanda en los servicios de seguridad; repatriaciones de mujeres y niños, así como apresamientos masivos de hombres haitianos en territorio dominicano; intervención de organismos internacionales; disminución del libre comercio; sabotaje a los sistemas de servicios; demanda de cirujanos, internista, emergenciólogos, medicamentos y servicios médicos afines; políticos cobardes evacuando directrices desde sus trincheras amuralladas; y surgimiento de un liderazgo valeroso dispuesto a revivir a Duarte.


Según el panorama descrito, un conflicto así, aunque rápido y breve, sería devastador a la economía dominicana ya afectada por la pandemia; y aunque no sabemos cuándo, ni cómo, tampoco sus reales dimensiones, sí lo eminente del mismo de no intervenir la Comunidad Internacional con soluciones estructurales amplias.


Indigna el abordaje dado a los problemas de Haití; querido cargarlos a República Dominicana, proponiendo soluciones irresponsables; no estructurales sino circunstanciales; como si la mariguana fuera idónea para curar el cáncer o pudiera medirse la distancia con el termómetro. Acusándonos de racistas, esclavistas…Obviándose que el problema haitiano es ancestral, por guerras y cargas económicas que hasta el año 34 del siglo pasado tuvieron pagándose a Francia, que hoy reniega su compromiso histórico.
Sobre lo antes señalado, desearíamos sólo advertir a los dominicanos(as) ligados a esta corriente de pensamiento, que sean prudentes, y se abstengan temprano de dichos planteamientos, no sea que aquel día le cuenten entre los linchados; porque un país pobre, tercermundista, que comparte una isla con poco más de 74 mil kilómetros cuadrados, y población de 22 millones de habitantes, no debe ser juzgada por proteger fieramente la parte que le corresponde, sobre todo cuando otras islas y países muchos más grande, de menos habitantes, se hacen de la vista gorda.


Basado en todo lo señalado, quienes por naturaleza comercial, profesional y familiar puedan quedar seriamente afectados, deben diseñar una estrategia de sostenibilidad, como de protección a su familia; sabiendo que en cualquier madrugada, podríamos despertar con un panorama muy diferente al dejado al momento de sucumbir en la inconsciencia del sueño.

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