El Cartel del Silicon Valley

Jottin Cury hijo

El desarrollo tecnológico ha sido factor clave para la conformación de una élite o estructura económica con poderes virtualmente ilimitados. Las grandes fortunas que se han almacenado sobre esta base se proyectan sobre rostros conocidos. Basta citar, a título de ejemplo, los nombres de Bill Gates, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, propietarios de Microsoft, Facebook y Amazon para forjarnos una idea de los personajes que encabezan el listado de los más gigantescos capitales del planeta. Sus empresas han crecido con vertiginosa rapidez y tienen un común denominador: el Silicon Valley o Valle del Silicio -expresión popularizada en 1971 por el periodista Don Hoefler en una serie de artículos en el diario Electronic News-, enclave donde nacieron sus proyectos tecnológicos.

Esta denominación obedece a que la mayoría de industrias instaladas en el lugar se dedican al desarrollo de semiconductores que requieren el componente del silicio. Son numerosas las empresas de alta tecnología que tienen su sede allí, desde donde distribuyen incontables dispositivos informáticos que se emplean en todas partes del mundo. Personas de todas las regiones del planeta han emigrado a ese nuevo paraíso tecnológico, cuyo nombre deriva de su dinamismo empresarial, especialmente en áreas en las que se requiere de gran creatividad. Este nuevo paraíso industrial y tecnológico ha dado sus frutos, pues no son pocas las empresas con proyección global que han iniciado sus operaciones en el famoso valle ubicado en la zona oeste de los Estados Unidos. Algunas de ellas se han convertido en poderosas sociedades transnacionales con presencia en todo el mundo, en verdaderos imperios económicos que generan ganancias fabulosas anualmente.

Más todavía, han adquirido tanta fuerza y presencia a nivel global que actualmente constituyen verdaderos monopolios en sus respectivas especialidades, los cuales comienzan a llamar la atención de los estudiosos de la economía y otras disciplinas. La visión de Frederick Terman, profesor de la universidad de Stanford, hizo posible la creación de un complejo industrial que sirviera de estimulo a la innovación, al conocimiento y el desarrollo tecnológico al margen de las agencias del Estado norteamericano que financian iniciativas de esta naturaleza.

El liberalismo económico es el marco en el que desarrollan sus actividades, prescindiendo de la injerencia estatal. Las ideas se transforman en oportunidades para ser colocadas en el mercado, las cuales por su carácter innovador no tienen competencia. Los productos de alta tecnología, sobre todo los de última generación, generalmente se insertan en los mercados globales con un bajo nivel de competencia, o incluso sin ninguna. La creatividad o innovación funcionan como una sensible membrana en conexión con el mercado.

Las incubadoras, ordenadores, el internet, así como numerosas empresas cuya plataforma es la misma tecnología como Apple Computer, Adobe System, Google, Yahoo, eBay, Intel, Atari, entre otras, fueron creadas en el Silicon Valley sin ningún apoyo estatal. La inmensa cantidad de negocios que se han desarrollado a partir de estas plataformas tecnológicas constituyen auténticos monopolios con un enorme valor de mercado. Su crecimiento es tan vasto que, con fines de evadir impuestos, han trasladado sus operaciones a diversos países en los que existe una baja presión fiscal.

Se podría citar el caso de Apple, que tenía en el 2013 la astronómica cifra de ciento cuarenta y tres mil millones de dólares en dinero líquido y bonos; a pesar de esa enorme cifra acudió a los mercados a pedir dinero por diecisiete mil millones de dólares en bonos, configurándose así la mayor operación privada de bonos corporativos de la historia. La referida operación es explicada por el profesor Diego López Garrido, quien en su magnífica obra titulada “La edad de hielo”, señala que esta maniobra financiera fue concebida con la finalidad de “evitar la distribución de beneficios en cash a sus accionistas, con cargo al dinero europeo, lo que le habría obligado a importar los beneficios obtenidos en Europa a Estados Unidos, y, por tanto, a pagar el impuesto de sociedades norteamericano al tipo del 35%.La deuda emitida por Apple fue a bajísimo interés, que, además, era deducible de impuestos. Así que Apple recompró sus acciones remunerándolas con los 17,000 millones y evitó pagar al Tío Sam, algo a lo que siempre ha sido recalcitrante. Todo legal”.

A la luz de lo antes transcrito, resulta claro que estas enormes corporaciones, que ganan sumas fabulosas anualmente, operan con escasos límites y controles, en virtud del enorme poder económico que han acumulado. La evasión fiscal, ocultar beneficios y todo lo que supone maximizar utilidades son mecanismos usuales de estos grandes complejos. Se ha visto el caso de Apple que, a pesar de tener toda su infraestructura en los Estados Unidos, busca mecanismos para dejar de pagar miles de millones de dólares de impuestos en su propio país.

En efecto, no pocas empresas de capital norteamericano han emigrado a China y otros países de Europa y Asia, con el pretexto de que los beneficios obtenidos en ultramar se encuentran exonerados de impuestos. Estas poderosas multinacionales se dan el lujo de imponer condiciones a los Estados de donde proceden, puesto que se amparan en paraísos fiscales ubicados en el exterior para no repatriar sus enormes ganancias. En los Estados Unidos, si esos beneficios fueran repatriados por las empresas norteamericanas, tendrían que pagar un 35% de los mismos. Al no hacerlo, condicionan la repatriación de esos capitales para que el gobierno disminuya la tasa impositiva. Un auténtico mecanismo de presión.

Por consiguiente, esa enorme evasión fiscal repercute en el endeudamiento externo y en el sostenimiento del Estado de bienestar, pues al disponer de menor cantidad de recursos los Estados se ven obligados a recortar servicios públicos como el de salud, educación, entre otros. Se puede señalar otra empresa del Silicon Valley que, al igual que Apple, evita repatriar sus beneficios para evadir el impuesto sobre los beneficios obtenidos. Es el caso de Google que entre 2006 y 2011 acumuló un volumen de ventas por la suma 18,000 millones de dólares, y su pago por concepto de impuestos fue de apenas 16 millones de dólares.

Al comparar la situación de Google con la de Apple, López Garrido expresa: “El caso de Google es muy parecido. También hubo una comisión de investigación en el Parlamento británico (en 2012), y allí se explicó el traslado de sus multimillonarios beneficios a Irlanda y otras islas paradisiacas, ahorrándose el pago de más de 1,500 millones de dólares en impuestos ese año. Pagó al Reino Unido en 2012 el 1% de sus ingresos”. Resulta claro, pues, la enorme evasión fiscal de estas empresas de alta tecnología, que corre a la par con sus jugosas ganancias. Son los mismos mecanismos utilizan otras empresas como Amazon, Vodafone, Starbucks, Cadbury y Facebook. Esta última convirtió sus beneficios en pérdidas con el pretexto de que había pagado una gran suma a la compañía matriz, cuyos accionistas son compañías subsidiarias ubicadas en las islas Caimán, por el uso de la propiedad intelectual.

El referido autor explica claramente como algunos gigantes tecnológicos, entre los cuales se encuentran Facebook y Google, utilizan el mecanismo conocido como Double Irish, consistente en registrar dos compañías de diferente naturaleza en Irlanda, una residente en ese país que se encarga de pagar royalties a las empresas que detentan la propiedad intelectual para usar sus productos, lo cual reduce los beneficios y el impuesto a pagar en Irlanda; por otra parte, se registra otra compañía, no residente en Irlanda, sino en un paraíso fiscal que recibe los royalties por la propiedad intelectual que posee para evitar así los impuestos irlandeses. Así las cosas, los beneficios se canalizan hacia jurisdicciones off-shore, debido a que la ley irlandesa posibilita que las empresas puedan registrarse sin necesidad de tener residencia para fines fiscales.

Estas operaciones opacas en jurisdicciones off-shore, haciendo de Irlanda un refugio internacional para evadir el impuesto sobre sociedades, es característica usual de los famosos emporios surgidos en el Silicon Valley. Los activos de propiedad industrial o intelectual de estas grandes empresas suelen estar a nombre de una compañía con sede en un paraíso fiscal para evadir el pago de impuestos. Y estas empresas obviamente son dirigidas y controladas desde otra parte, que es donde se toman las decisiones para el trasiego de inmensas sumas de dinero que finalmente terminan en cuentas bancarias de países en los cuales la tributación es baja o simplemente donde no se tributa. No en vano el profesor García Guerrero ha planteado que “se estaría formando un quinto modelo de Constitución económica, el Silicon Valley, que es una amenaza clara contra la democracia y el Estado de derecho”.

Estas evasiones fiscales han obligado a los países de la Unión Europea y a los Estados Unidos a reestructurar sus políticas fiscales. Esas inmensas sumas que nunca llegan a las arcas estatales, producto de la evasión, debilitan la capacidad de los Estados afectados para implementar políticas públicas. Es un duro golpe al Estado de bienestar, fruto de un capitalismo voraz y desenfrenado que no conoce límites más allá que sus propios beneficios. Las libertades y los derechos guardan estrecha vinculación con la capacidad económica de los Estados, pues sin recursos resulta difícil sostener los requisitos mínimos para el buen funcionamiento social.

Estas empresas del Silicon Valley, que se han convertido en verdaderos monopolios a nivel global, exigen absoluta libertad de capital y de comercio internacional para expandir continuamente sus operaciones comerciales. Cabe destacar que cuando algunas de ellas iniciaron en la década del 1980, coincidió con las políticas contra el Estado iniciadas por Reagan y Thatcher, quienes coincidían con la escuela liberal de un Estado pequeño limitado a pocos bienes públicos. En aquellos años tuvo un gran auge la política neoliberal que promovía la desregulación financiera, la eliminación de trabas al comercio internacional y también de los servicios públicos gratuitos. En esencia, estos emporios tecnológicos que acumulan beneficios astronómicos anualmente, no están dispuestos a colaborar con el sostenimiento del Estado de bienestar, puesto que prefieren prestar dinero al Estado en lugar de pagar los impuestos que legalmente les corresponden. En otras palabras, buscan incrementar beneficios en forma de interés, prestando al Estado el mismo dinero que ilícitamente dejaron de pagar a las arcas públicas.

Ciertamente es así, pues las acciones de estas empresas evasoras tienen una dimensión transnacional y lo mismo le importa radicarse en países con un modelo de economía marxista como liberal, siempre que eso le reporte beneficios. García Guerrero ha indicado con claridad que este esquema constituye una agresión al Estado de Derecho, toda vez que defienden los monopolios en lugar de una economía con libertad de empresas. Afirma, además, que estos gigantes de la industria critican las leyes y sistemas regulatorios que les impiden constituirse en grandes grupos, rechazando las reglas que limitan su expansión.

Este nuevo poder económico que no acepta las reglas que tiendan a limitar sus actividades, amenaza con retrotraer el orden mundial a etapas ya superadas. Sus ilimitadas ambiciones de lucro no se detienen ante nada, pues buscan refugios fiscales opacos para esconder sus capitales. Es un poder económico radical que defiende la existencia de los monopolios y pretende situarse por encima de los ordenamientos legales y constitucionales de los países. Tanto es así, que Peter Thiel , ideólogo del Silicon Valley, en su libro “Cómo inventar el futuro”, defiende la idea que los monopolios creativos son beneficiosos para la colectividad, e incluso sugiere a los empresarios buscar mercados que puedan dominar mediante monopolios por el mayor tiempo posible.

En este nuevo esquema monopólico del Silicon Valley, el Estado estaría a merced de estas enormes corporaciones industriales que acumulan capitales inimaginables en breve lapso de tiempo. Esto supone retrotraernos a un capitalismo salvaje, al liberalismo en su versión más desgarradora, que sería el medio idóneo para que estos gigantes corporativos florezcan como la espuma a expensas de la miseria de millones de seres humanos que vivirían de bajos salarios y sin la debida protección estatal. Se trata de auténticos poderes fácticos, una plutocracia con presencia en todas partes, la cual debe ser objeto de una política de contención por parte de los Estados antes de que sea demasiado tarde.

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