Veneficio de la tecnología



Lic. Hanoi Vargas

¡Está bien escrito así!
Resulta mágico y hechizante el poder plenipotenciario resultante de la alineación ciencia, tecnología e industrialización; duraron siglos los chinos usando la pólvora para fuegos artificiales, hasta que los europeos científicamente le encontraron “mejor” uso, resultando conquistas y enriquecimientos imperiales; también fue visto en la forma de transportarnos, que en modalidad carruaje, por cientos de años solo varió abierto, cerrado, tamaño, número de bestias y tipos de ruedas; diferente al salto después que Karl Friedrich Benz creara en el siglo XIX el primer automóvil (el que así mismo se mueve), con caballos de fuerza, pero en hierro.
Solo 136 años, y ya vuelan en forma dron, y se conducen autónomos, avisándole su despedida al taxista.
¿Cómo se explican avances así? En parte a la capacidad de alinearnos para trabajar organizados e interconectados; la facilidad de ampliar y transversalizar la información; la financiación de proyectos por la credibilidad en la ciencia para generar nuevas tecnologías y riquezas… Pero quizás el más intrínseco motivador sea una especie de síndrome de usurpación de la deidad. Un sentimiento intrusivo que la teología bíblica enmarca en el huerto, cuando al ser humano satanás le dijo: “seréis igual a Dios”.
Delimitar espacio y tiempo, la instantaneidad, predictividad… Parece llevarnos posesos de un control que trae consigo una eyaculación neurodopaminérgica, donde la biotecnología “para el bien humano”, ya anuncia al superhombre, robotizado o adulterado genéticamente; descifrar todo el genoma para prevenir enfermedades muy perjudiciales; clonar órganos para cambiarlos cuando se nos dañen; y la obra maestra: detener el envejecimiento y conseguir amortalidad, que mueras por algo catastrófico, pero no de forma natural, el paso previo a la inmortalidad.
Hay cifras billonarias financiando esto; se alega que ya elevada la esperanza de vida de 45 años, lo estimado en décadas atrás, a 80 en países desarrollados, la ciencia podría en medio siglo, llevarnos a 200 o 300 años ¡La cruz para los demonios de las AFP! Argumentan que por la ciencia y tecnología fueron superados los terrores de anteriores siglos: hambruna, guerra y enfermedad; donde resulta más letal la obesidad que el hambre; el azúcar que la pólvora.
La fascinación por un atajo a la eternidad es tal, que de no ralentizar el envejecimiento, les queda pasar de la conciencia orgánica a una forma inorgánica mediante trasferencia hacia dispositivos sofisticados; que en un futuro en vez de ser Google una inteligencia artificial algorítmica, sean conciencias humanas reales contenidas en espacios virtuales. Sería lo más cercano que podríamos estar a la confesión de lo llamado alma dentro del razonamiento ateo.
¿Quién desearía entonces regresar a la edad media, donde un simple virus o bacteria nos mataba; donde Isabel tardó meses para saber sobre la llegada de Colón? Ni siquiera nos ubicamos en los 70, cuando segundo y medio después 600 millones vieron al primer hombre pisar la luna; nos gusta hoy, aquí, con WhatsApp; donde me embrujen los chamanes del Facebook e Instagram; sentirme dios, omnisciente, presente y potente.
Pero si estamos tan plenos y realizados ¿por qué de los 57 millones de personas que murieron en el 2002, solo 741, 000 fueron por guerras y crímenes violentos, pero 873, 000 se suicidaron? Ahora estás más cerca de matarte tú, que por bala perdida del policía al perseguir un pandillero. ¿Para qué procurar vivir más bajo un sistema que nos lleva a la progresiva insatisfacción existencial? La tarea de la ciencia parece tornarse más compleja, y preocupa que por su naturaleza misma no encuentre respuesta integral para la humanidad; porque quizás sí sería bueno ser igual a Dios, pero no bajo el veneficio de perseguir atributos plenipotenciarios inalcanzables, sino aquellos que como el amor, nos hacen ser mejores, dándonos el satisfactorio propósito de una vida con pleno beneficio.

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