Lo público, lo privado y la clase media




Isidro Toro Pampols

En anterior articulo (Democracia y clase media) señalamos que la democracia es un ideal de sistema político perseguido a lo largo de la historia de la civilización occidental, siempre girando alrededor de dos conceptos fundamentales: libertad e igualdad. En el presente escrito, perfilaremos dos puntos que se relacionan con los anteriores y sobre los cuales igualmente la humanidad, en Occidente, ha gravitado en su construcción política: lo público y lo privado.

Antes de avanzar, revisemos la definición de la institución política conocida como Estado: según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (DRAE) es la “forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio… Conjunto de los poderes y órganos de gobierno de un país soberano.”

Al respecto Rodrigo Borjas nos dice: “Caracterizado esencialmente por la ordenación jurídica y política de la sociedad, el Estado constituye el régimen de asociación humana más amplio y complejo de cuantos ha conocido la historia del hombre. Es el último eslabón de la larga cadena de las formas de organización de la sociedad creadas por el instinto gregario del hombre y representa la primera forma propiamente política de asociación, puesto que tiene un poder institucionalizado que tiende a volverse impersonal. (1)

A la enunciación del autor ecuatoriano, sumamos el ingrediente de la violencia tomado en cuenta por autores como Max Weber quien, en su libro La política como vocación, indica que es una característica fundamental del Estado el monopolio de la violencia. Su definición ampliada es que algo es “un” Estado “si y en la medida en que su personal administrativo defiende con éxito el ‘monopolio del uso legítimo de la fuerza física en la ejecución de su orden”. La policía pública y el ejército son sus principales instrumentos, pero también se puede considerar que la seguridad privada tiene el “derecho” de usar la violencia “siempre que la única fuente de este derecho percibido sea la sanción estatal”. (2)

Quizás uno de los ejemplos más gráficos del ejercicio de la violencia arbitraria del Estado encarnada en un hombre es la frase atribuida al rey de Francia Luis XIV (1638-1715): “El Estado soy yo”, una pura expresión de la concepción autocrática de la vida política. Significa que los gobernantes encarnan al Estado, que su voluntad es la suprema ley y que resume en su persona todos los atributos y potestades estatales.

El Estado, como “conjunto de los poderes y órganos de gobierno de un país soberano” (DRAE) ordena y regula la vida en sociedad en un espacio geográfico determinado en el cual los ciudadanos despliegan sus actividades dentro del marco regulatorio desarrollado por el Estado. Ahora bien, lo que algunos autores señalan es la polémica que se produce entre la primacía de los derechos individuales sobre las normas compartidas por la comunidad, o viceversa. (3)

Los derechos individuales son relacionados con la libertad y lo privado, las normas compartidas por la comunidad, con el Estado como su mejor expresión política y conexos con la idea de igualdad y de lo público.

Frente al Estado absolutista o autocrático, surge el Estado de derecho. Este último el DRAE lo define como el “régimen propio de las sociedades democráticas en el que la Constitución garantiza la libertad, los derechos fundamentales, la separación de poderes, el principio de legalidad y la protección judicial frente al uso arbitrario del poder.”

Uno de los puntos controversiales en la precitada definición es el alcance del concepto de libertad, el cual es de una amplitud ilimitada y ha sido tratado a lo largo de la historia por muchos filósofos e investigadores sociales.

Quizás el concepto de libertad aceptado universalmente es el consagrado en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada en Francia el 26 de agosto de 1789: “la libertad consiste en poder hacer todo lo que no dañe a otro” de modo que “el ejercicio del derecho natural de cada hombre no tiene más límites que aquellos que aseguran a los demás miembros de la sociedad el goce de los mismos derechos”. Pero igual, en la complejidad de nuestra sociedad que ha evolucionado de manera vertiginosa desde la eclosión de la Revolución Industrial hasta nuestros días, quedan innumerables puntos de discusión en donde el desarrollo de la acción humana en el marco de la libertad individual y ejerciendo ese derecho en el campo de lo privado, en cuanto al posible daño al prójimo.

El concepto de libertad ha sido la base de las ideas liberales tanto políticas como económicas. Los partidarios del liberalismo clásico tienen en el pensador inglés John Locke (1632-1704) su principal columna ideológica. Locke señalaba:
“22. La libertad natural del hombre consiste en estar libre de cualquier poder superior sobre la tierra, y en no hallarse sometido a la voluntad o a la autoridad legislativa de hombre alguno, sino adoptar como norma, exclusivamente, la ley de naturaleza. La libertad del hombre en sociedad es la de no estar bajo más poder legislativo que el que haya sido establecido por consentimiento en el seno del Estado, ni bajo el dominio de lo que mande o prohíba ley alguna, excepto aquellas leyes que hayan sido dictadas por el poder legislativo de acuerdo con la misión que le hemos confiado. Por lo tanto, la libertad no es lo que Sir Robert Filmer nos dice ( O. A. 55): “una libertad para que cada uno haga lo que le plazca, o viva como guste, sin sujetarse a ley alguna”; sino que la libertad de los hombres en un régimen de gobierno es la de poseer una norma pública para vivir de acuerdo con ella; una norma común establecida por el poder legislativo que ha sido erigido dentro de una sociedad; una libertad para seguir los dictados de mi propia voluntad en todas esas cosas que no han sido prescritas por dicha norma; un no estar sujetos a la inconstante, incierta, desconocida y arbitraria voluntad de otro hombre, del mismo modo que la libertad natural consiste en no tener más trabas que las impuestas por la ley de naturaleza.” (4)

Locke, un hombre del siglo XVII, vivió las vicisitudes de la Guerra Civil inglesa y la final transformación del país en una monarquía constitucional. El liberalismo plantea la mayor libertad para el hombre, garantizándole ser libre de toda coacción intelectual, política o social. Igualdad de oportunidades sociales según los principios de igualdad y competencia libre, en vez de un orden estamental y la democracia en lugar de un gobierno autocrático o de grupos oligárquicos. Un gran avance para su tiempo. Todo ello en un marco de protección y estimulo de la propiedad privada, pivote esencial del liberalismo. La posibilidad de que los individuos ejerzan sus actividades privadas en el orden económico, político y social, llevará, según el liberalismo, a una etapa de progreso que permeará a todas las capas de la sociedad y llegará el momento en que todos gozaremos de bienes y derechos que nos garantizaran la posibilidad de buscar, individualmente, nuestra “felicidad”.

El liberalismo, en sus distintas vertientes, ha orientado el accionar de la mayoría de los líderes de Occidente. Durante el siglo XIX, miles de personas se trasladaron desde los campos a las ciudades europeas, particularmente de la Gran Bretaña, Alemania y Francia. Abandonaban los labrantíos donde reinaba la miseria y en muchos de ellos aún subsistían algunas prácticas feudales. En las fábricas, las primeras generaciones lograron puestos de trabajo en condiciones duras y crueles. La idea de “felicidad” se ubicaba muy lejos en el horizonte. Pero la sociedad fue evolucionando, las ideas de asociación fueron germinando, aunque no sin luchas; se crearon sindicatos, partidos políticos, gremios y otras organizaciones de la sociedad civil. En la medida en que la técnica exigía personas con mayores conocimientos y estos eran mejores pagados, la clase media se fue consolidando. El proletariado surge como clase social y el sindicato es su expresión organizativa. El liberalismo político triunfa en algunos países de Europa, desaparecen monarquías y otras se adaptan a regímenes constitucionales. Los países de Occidente avanzan a diferentes velocidades, pero las locomotoras de Gran Bretaña y los Estados Unidos, muestran que el desarrollo industrial es una realidad y, sin lugar a duda, el liberalismo va de la mano con ese cambio estructural que significó el transitar de los siglos XVIII al XX en nuestra parte del mundo.

El liberalismo plantea que el Estado debe reducirse a garantizar la seguridad externa e interna y legislar para que el desarrollo individual no sea perturbado. Esto en teoría, ya que ningún país ha llegado a un régimen totalmente liberal ni siquiera neoliberal, aunque predominen políticas públicas que favorezcan la actividad privada en áreas como la educación, la salud, en los servicios públicos, incluso en aquellos que por su naturaleza son monopolios; también en la solidaridad con el débil social que debe ser atendido por la caridad de grupos de filántropos, iglesias u asociaciones de carácter privado, con alguna subvención parcial del Estado. Los impuestos deben ser los mínimos, suficiente para sostener un reducido aparato burocrático que garantice la libertad individual. Insistimos, esto es en teoría.

Pasemos ahora al extremo de lo público. Quizás la expresión más radical a favor del Estado como el encargado de darle sentido a la vida de los individuos y proporcionarle los medios para alcanzar la “felicidad”, es Jean-Jacques Rousseau. Nos dice el pensador galo en su obra El contrato social, que las cláusulas del precitado contrato “pueden reducirse a una: la total alienación de cada asociado, junto con todos sus derechos, a la totalidad de la comunidad, pues, en primer lugar, en la medida en que cada uno se entrega absolutamente, las condiciones serán iguales para todos, y esto, siendo así, significa que nadie tendrá interés en convertirse en una carga para otros” (5)

Rousseau consideraba que el espíritu completo de la nación podía “residir en una minoría iluminada que ha de actuar para su ventaja política” (6) Esa “minoría iluminada” se atrinchera en el Estado y ejerce sus funciones de acuerdo con una ordenación legal establecida, bien sea en el marco de un Estado de derechos o en un régimen autoritario donde los derechos individuales están conculcados. Lo público pasa a tener una primacía en lo social y las personas desarrollan su existencia inmersos en un mar de leyes, reglamentos y ordenanzas, que le dejan poco espacio para la iniciativa individual. En los Estados totalitarios, la intervención llega al ámbito familiar reduciéndose la libertad a la de pensamiento, la que también es intervenida con el aparato de propaganda que funciona tanto en la escuela, como en los centros de trabajo y en los medios de comunicación en general.

El jurisconsulto judío alemán George Jellinek (1851-1911) puso de bulto las consecuencias de esta doctrina totalitaria: “El contrato social contiene una sola clausula, esta es, la completa transferencia a la comunidad de todos los derechos del individuo. El individuo no retiene una partícula de sus derechos desde el momento en que entra al Estado. Todo lo que recibe en cuanto a derecho lo obtiene de la voluntad general, que es el único juez de sus propios límites y no puede ni debe ser restringida por ley de ningún poder. Incluso la propiedad pertenece al individuo sólo por virtud de concesión estatal. El contrato social hace al Estado el amo de los bienes de sus miembros, quienes mantienen la posesión sólo como fideicomisarios de la propiedad pública.” (7)

La crítica de Jellinek es contundente y el ejemplo lo tenemos, en el siglo XX, en los regímenes nazi-fascistas de la Alemania de Hitler, Italia de Mussolini y en los comunistas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), China continental, Corea del Norte, Cuba, entre otros.

La socialdemocracia europea surge como un punto equidistante entre ambos extremos, basado “en el poder fecundante de la libertad, en el establecimiento de gobiernos legitimados por la voluntad popular, en el sistema de economía mixta y en la independencia nacional respecto de centros ideológicos o políticos externos”. (8)

Desde el ángulo de la clase media, esta ha crecido en regímenes liberales y socialdemócratas, bien por el desarrollo económico que ha promovido la expansión del conocimiento necesario tanto para la industria manufacturera, como para la agropecuaria, construcción, servicios educativos, salud, entre otros. Esas áreas requieren de personal con mayor estudios y experticias, estando en un mercado en expansión, se logran ingresos que aquilatan a las diversas capas de la clase media. Igual ocurre con los programas sociales inspirados en la socialdemocracia, en los cuales se disponen la transferencia de importantes cantidades de recursos de los cuales, parte de ellos, permean, directa o indirectamente, hacia la clase media. Igual, planes de apoyo a la micro, pequeña y mediana industria con créditos blandos y políticas de adquisición de bienes y servicios, lo que favorece a importantes sectores de la población, tanto de las clases humildes como de las distintas capas de la clase media.

En los regímenes autoritarios depende del grado de aceptación que tengan las personas en la nomenklatura, la cual define una elite en la sociedad de la extinta Unión Soviética y demás países comunistas, formada casi exclusivamente por miembros del Partido Comunista de cada nación, quienes tenían, o tienen, grandes responsabilidades como grupo dirigente de la burocracia estatal, que se confunde con la del partido y de ocupar posiciones administrativas claves en el gobierno, en la producción industrial y agrícola, en el sistema educativo, en el ambiente cultural, en fin, en todos los órdenes de la vida de las personas. Los miembros de la nomenklatura obtienen privilegios que van de menor a mayor, según sea la posición que ocupa en la jerarquía partidista gubernamental.

Alfred Müller-Armack
En 1947, dos años después de finalizada la II Guerra Mundial, el profesor de economía, el alemán Alfred Müller-Armack (1901-1978) publica el libro “Economía dirigida y Economía de mercado“, en donde acuña el término “Economía social de mercado”, a la que define como una tercera vía entre la economía dirigida, que considera ineficaz, y la economía de libre mercado, propia del siglo XIX e igualmente ineficiente debido a que no bastaba para crear un orden ético que es la base de toda sociedad estable, por lo que pensaba que el Estado debía tener una política social permanente.(9) El pensamiento de Müller-Armack y de un grupo destacado de economistas, “respondió fundamentalmente a las circunstancias postbélicas de Alemania, marcadas por los fuertes controles económicos que quedaron como rezago de la guerra, frente a los cuales el autor propuso el retorno de la asignación de recursos por el mercado y de la libre formación de los precios, aunque sin desechar del todo los controles en los sectores de la economía que consideraba poco competitivos, como el de la agricultura y la energía. Le preocupaba además el problema de la equidad en la distribución de la renta y la instrumentación de ciertas políticas económicas encaminadas a la consecución del pleno empleo… Las ideas de este importante grupo de economistas fueron recogidas y aplicadas en la Alemania de postguerra por el ministro de economía del gobierno cristianodemócrata, Ludwig Erhard, a partir de 1948. Desde entonces a la economía social de mercado se la asocia con el llamado “milagro alemán”. Ella operó en una coyuntura muy especial. Había terminado la guerra, era necesario reconstruir el país y rehabilitar todo el aparato productivo inutilizado. Para este propósito se habían coligado los dos partidos políticos más importantes: el socialdemócrata (SPD) y el cristianodemócrata (CDU).” (10)

La clase media en la sociedad occidental ha crecido en regímenes donde el Estado interviene en un contexto de libre mercado, en que los excesos son regulados por una legislación que busca el equilibrio armónico necesario para que cada uno, con su óptica y dentro del marco moral socialmente aceptado, busca los instrumentos necesarios para construir su “felicidad”.

En próximo artículo abordaremos dos ejes que han sido importantes para el desenvolvimiento de la clase media. El Estado benefactor y el anti estatismo.

Notas

  1. Borjas, Rodrigo. Enciclopedia de la política. https:// https:// https://www.enciclopediadelapolitica.org/estado/
  2. https://es.wikipedia.org/wiki/Estado
  3. Jean L. Cohen y Andrew Arato. Sociedad civil y teoría política. Fondo de Cultura Económica. México. 2001. pag 27
  4. Locke, John. Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil. https://seminariolecturasfeministas.files.wordpress.com/2012/01/locke_segundo_tratado_sobre_el_gobierno_civil.pdf pág. 09
  5. Kaiser, Axel / Álvarez, Gloria. El engaño populista. Deusto. Barcelona, España. 2016. Pag 68
  6. Ídem. Pag 68
  7. Ídem. Pag 69
  8. Borjas, Rodrigo. Ídem. Socialismo democrático.
  9. Wikipedia. Alfred Müller-Armack
  10. Borjas, Rodrigo. Ídem. Economía social de mercado.
Comparte esto!