«Venceréis, pero no convenceréis»




Isidro Toro Pampols

Esta lapidaria frase del filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936) denuncia la práctica de imponer tesis políticas basados en cualquier forma de fuerza, sin molestarse en persuadir al colectivo, porque para convencer se necesita tener razón y derecho, lo que le falta a los autoritarios.

Don Miguel de Unamuno junto con José Ortega y Gasset (1883-1955) son, para muchos, los dos intelectuales más influyentes de la España del siglo XX. Unamuno fue un rebelde en favor de la libertad y la inteligencia: antimonárquico militante, estuvo desterrado por el gobierno dictatorial de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) en las Islas Canarias por su activismo republicano. A pesar de ser un ferviente promotor de la II República, denunció los excesos de esta, al punto que los destituyeron de su cargo de rector vitalicio de la Universidad de Salamanca por “traidor y fascista”.

Al tomar los falangistas la ciudad de Salamanca fue restituido en su posición universitaria, pero tras los acontecimientos acaecidos el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad, fue depuesto por el nuevo poder por “alborotador de conciencias”.

Variadas son las versiones sobre lo dicho por el rector Unamuno ese día en respuesta a las loas al totalitarismo franquista que ya se cernía sobre España. Ese día de la Hispanidad se celebró con una gran ceremonia en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca.
La alta representación del falangismo estaba presente: el obispo de Salamanca, la señora de Franco doña Carmen Polo, el gobernador civil, el general Millán Astray (el novio de la muerte, que así llamaban a los militares españoles que habían peleado en las guerras coloniales en Marrueco). Allí estaba Don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad.

Los discursos giraron en torno a exaltar la historia de España, así como atacar tanto la disidencia catalana como la vasca, colocando la tapa del frasco el general Millán Astray, quien elevo su grito de guerra: “viva la muerte”, lo que exalto a los asistentes falangistas quienes, viendo un retrato de Francisco Franco, saludaron con el signo fascista.

Unamuno, como un rebelde y un amante de la libertad, no se quedaría callado. Hay varias versiones de lo dicho, pero en todas coinciden su postura vertical frente al atropello, finalizando sus palabras como sigue: “Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote.

Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis.

Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.” (1)

Semejante lección de gallardía sorprendió a los presentes al punto que la esposa de Franco, doña Carmen Polo, tuvo que intervenir para impedir que Unamuno fuese agredido.

El significado de este hecho debe estar presente en todos aquellos aspirantes a autócratas quienes, por la vía de la fuerza bruta o por la manipulación de los hilos del poder, buscan sostenerse en el mando aunque, finalmente, su lugar está en el zafacón de la historia.

Ayer se utilizaba la fuerza bruta acompañada del manejo propagandístico. Sobrados ejemplos tenemos en los regímenes fascistas, bolcheviques o de tiranos tropicales.

Hoy, hay métodos más sutiles que involucran la manipulación de poderes públicos, tanto el judicial como el legislativo o el ejecutivo; campañas por los medios de comunicación tradicionales, presión aplicada por los poderes facticos, seudoleyes, medias verdades, fake news, manipulación utilizando «influencers» en las redes sociales, manejo de la banalidad sobre lo sustancial e innumerables herramientas que manejan tanto los que se autodenominan de derecha o izquierda, unos disfrazados de liberales otros de socialdemócratas pero que, aguas abajo, son solamente unos politicastros cuyo objetivo es conquistar posiciones de poder y, utilizando toda clase de argucias, mantenerse arriba aunque para ello deban “vencer, pero no convencer”.

La historia debe servirnos para no repetirla, aunque estemos en otros litorales.

1) NÚÑEZ FLORENCIO, Rafael (2014). «Encontronazo en Salamanca: “Venceréis pero no convenceréis”». La Aventura de la Historia 184: 35-39. Tomado de Wikipedia

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