Los peligros de la manía de coger prestado



Muchos han relegado al olvido la crisis de la deuda externa que surgió hace ya bastante tiempo, cuando México declaró en agosto de 1982 su incapacidad para sostener la gravosa carga financiera derivada de sus préstamos internacionales. En 1987 la moratoria anunciada por Brasil igualmente estremeció al capital financiero occidental, resultando finalmente en negociaciones sumamente beneficiosas para los acreedores.

Se otorgaron a esta potencia del sur nuevos préstamos en condiciones más favorables que, en última instancia, contribuyeron al aumento del abrumador monto de su impagable deuda externa. Con la colaboración competente del FMI, las potencias occidentales lograron no solo asegurar la continuación de los pagos de intereses de los préstamos inicialmente concedidos, sino también garantizar los provenientes de las refinanciaciones.

Mientras nuestros países comenzaban a enfrentar ajustes macroeconómicos e institucionales severos, intensificando la pobreza en todas sus formas e imponiendo duras restricciones a los programas sociales, los banqueros occidentales registraban las considerables sumas de intereses recibidos como ganancias públicamente declaradas. A pesar de las recurrentes crisis de impago en esos años, entre 1980 y 1986, los países económicamente rezagados transfirieron más de 321 mil millones de dólares a las potencias occidentales.

Sería injusto afirmar que la sobreoferta de dinero fácil en esos años era meramente un mecanismo diseñado por las potencias occidentales para su propio beneficio, destinado a la exacción de liquidez y empobrecimiento del llamado hoy Sur Global, allanando el camino para el control político posterior.

Si bien la mayor parte de los pagos, intereses y comisiones beneficiaban a estas potencias, sus bancos y agentes, la realidad es que el delito del endeudamiento desmesurado, alegre e irresponsable también tenía y sigue teniendo beneficiarios en las naciones adeudadas. De hecho, bajo el pretexto de “financiar las necesidades del desarrollo”, los círculos gobernantes y sus intermediarios fueron enormemente favorecidos por la vorágine de millones de dólares en préstamos de finales de los setenta y durante gran parte de la década de los ochenta.

Luego, esos mismos círculos, colocados en coyunturas macroeconómicas inmanejables, apoyaron los programas de ajustes y estabilización del FMI en la década de los noventa. Estos, sin duda, minaron finalmente la soberanía económica y apretaron las tenazas de la subordinación política y financiera.

Las promesas y consignas populistas en torno a un futuro mejor para las naciones endeudadas no se hicieron esperar. No obstante, para la gran mayoría de naciones, especialmente en África y América Latina, tales promesas nunca se materializaron.

Las economías más avanzadas de la región continúan hoy en día encadenadas a las multimillonarias obligaciones financieras derivadas de su imparable endeudamiento externo. A la zaga de estas naciones se encuentran aquellas económicamente más desfavorecidas, las cuales, enfrentando alternativas de política económica desafiantes, están al borde de sufrir literales colapsos de liquidez frente a los crecientes montos del servicio de sus empréstitos.

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