Por José Ricardo Taveras



¿Cuál es el camino?

Soy de los que está convencido de que los grandes electores, concentrados en grupos de intereses oligárquicos y extranjeros, han elegido la reelección del Presidente Luis Abinader.

Como su opción, también estoy convencido de que el aluvión de encuestas viene siendo manipulado como una expresión de esa determinación, de ser así, ya las irán equilibrando en la medida que se acerquen las elecciones, para guardar las formas.

Sin embargo, en ningún caso dudo que el presidente sea un hueso duro de roer, que la oposición está obligada a dejar las buenas formas y ponerse las pilas para poder exhibir un buen desempeño, eso implica un cambio radical del mensaje e incluso una reestructuración y renovación del vocerato para que saque el gobierno de su confortable posición de enfrentar una oposición que actúa a la defensiva sin colocarlo en condiciones de rendir cuentas.

De no actuar, no se podría producir un estremecimiento que genere un equilibrio entre las opciones electorales, el país podría entonces correr el riesgo de cometer un error del cual se arrepentirá profundamente.
Reelegir al Presidente Luis Abinader, incluyendo en su favor un control absoluto del congreso, nadie podrá quejarse si continúa con la desenfrenada e irresponsable política de endeudamiento, gasto público superfluo y mucho menos de una reforma fiscal que en nada tocará a los que más tienen, eso está claro.

En cuanto al manejo del tema haitiano, escríbanlo, continuaremos con la política cínica de ambivalencia estratégica en la que se dicen las cosas correctas mientras se gobierna con los sirvientes de la agenda que nos hunde cada día más, pero en eso, hay que reconocer que la oposición, en general y sin generalizar, anda por el mismo camino de la “filosofía Santai” en cuanto a “no ver el mal, no escuchar el mal y no decir el mal”, lo consideran políticamente inconveniente a pesar de la pesada evidencia de que andan en un error grave.

El escenario que se nos pinta, ya comprobaremos si es cierto o no, tiene el grave déficit de la ausencia de equilibrio en el que al final todos podríamos perder, incluyendo la propia imagen histórica del Presidente.

Si el congreso no tiene una integración que obligue a la concertación no habrá nada que hacer, y nos esperarían días extremadamente difíciles.

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