Jacobo por dentro y por fuera -Novena entrega-



Por Rafael Céspedes Morillo

La coordinación fue prácticamente perfecta. Najri, con su representado, debía pasar por el PRI y, en ese momento, llamarme. Así pasó, cuando lo hizo, porque había salido de la reunión para esperar el aviso, me dirigí a la oficina donde se celebraba la reunión de la Comisión Política, como todos los martes.

Le hice la señal acordada a Jacobo, quien dio por terminada la reunión y nos marchamos. Cáceres Francés, coronel de servicio ese día, tenía las instrucciones correspondientes: solo una persona más de seguridad, además de él, y evitar que nos siguieran.

Jacobo y yo nos movíamos en mi vehículo. Llegamos a la casa de Najri y entramos por un lateral, donde estaba la cocina. Tres escalones nos separaban del piso interior, y allí estaban Peña Gómez, Najri y los dos amigos que habían hecho la propuesta.

Jacobo subió los tres escalones que separaban el suelo del piso de la cocina. Al subir, Peña Gómez lo esperaba con los brazos abiertos. Se abrazaron y comenzaron a ‘’danzar’’, como si bailaran una coreografía ensayada. Peña decía: “¡Jacobito, carajo!”, y Jacobo respondía: “¡Cooñoo, Peña!”. Eso se escuchaba como el coro de una buena orquesta. Los corazones se movían a millón.

Era una emoción que casi se podía tocar, aquellos grandes amigos en un gran abrazo que lucía de fe y de esperanza. Se podía casi ver el afán y la nobleza de ellos, los demás veíamos aquello como el renacer de fuerza sincera y definida para la victoria. Comenzaba así el potencial cambio político en nuestro país.

Los demás nos saludamos y pasamos a un salón que estaba ordenado y listo para recibir a los hermanos perdidos.

Los dos amigos, unos minutos después, se marcharon. Entonces comenzamos la reunión, con los temas cuasi normales, y desordenados, como siempre ocurre en estos casos.

A Peña, hacía unos meses, le habían diagnosticado el desgraciado cáncer que, un tiempo después, lo vencería. El primer tema fue ese, que Peña aprovechó para decirle: “¿Y tú sigues fumando?”. “Bueno, ese es mi maldito vicio, pero estoy bien, gracias a Dios”, respondió Jacobo. Era un tema pesado, y fue cortado sin abundar mucho.

Ahí comenzaría la verdadera reunión, para tratar el tema que importaba. Estaba acordado que, en ese momento, Najri y yo debíamos salir y dejarlos solos, y que volveríamos a entrar cuando ellos nos llamaran. Así ocurrió.

Luego, nos hicieron un recuento de lo que se había conversado y se decidió cuándo sería la próxima reunión, la cual sería en mi casa el siguiente martes, a la misma hora, con el mismo sistema, forma y condiciones.

Ese martes fijado, eran alrededor de las tres de la tarde cuando llegó a mis manos uno de los periódicos vespertinos, donde se podía leer, a seis columnas, algo así como: “Si Jacobo quiere volver al PRD, debe hacerlo como raso y no de otra manera”.

Era una expresión dada a la prensa por Hatuey D’Camps, rabioso dirigente perredeísta que conocía y le temía al liderazgo de Jacobo. No era un pronunciamiento casual. Él sabía, por una infidencia, que ese día se celebraría la segunda reunión donde se sellaría el pacto de un acuerdo de patria entre Peña y Jacobo. Tenía que intervenir y ver si lograba evitarlo. Y penosamente lo logró.

Al leer la noticia, llamé a Jacobo y le leí lo que decía el periódico. Me comentó: “Alguien le dio la noticia y está molesto”. “Eso mismo creo yo”, le respondí. De todos modos, acordamos ver qué pensaba Peña y, por si acaso, suspender la reunión y observar qué pasaba. Así lo hicimos.

Llamé a Najri y le informé que la reunión de ese martes se suspendía, hasta nuevo aviso.

La semana siguiente tuve que viajar a Miami, y se dieron situaciones especiales en la salud de Jacobo que obligaron —por decirlo así— a provocar la reunión. Esta se realizó en mi ausencia, en la casa de Juan Arturo Rodríguez, en la avenida México.

A mi regreso, fui puesto al día de lo que se había tratado y decidido, y que se materializaría al regreso de un viaje que haría Jacobo a Miami, ya que se había detectado un potencial problema de salud que debía atenderse con rapidez.

Así se preparó el viaje. Tres días después, Jacobo regresó con la peor noticia: había un serio problema de salud que podía significar el final.

Jacobo me citó para las 10:30 a. m. del día siguiente a su regreso. Sabía, por la hora, que no era por una buena razón, aunque aún desconocía la gravedad del problema. Al llegar a su casa, me dijo:

—Siéntate, porque te debo hablar de algo muy serio…

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