La política se ha llenado de expertos



Marino Beriguete

En este país, últimamente, todo el mundo es experto. La política se ha convertido en una de esas grandes ferias donde el que grita más fuerte se gana la atención, y si además lanza una frase con aire doctoral, ya está: “experto en estrategia”. Así, con todas sus letras.

No importa si no ha pisado jamás una facultad de Ciencias Políticas, ni si conoce la diferencia entre Rousseau y Rosseau. Da igual. Si estuviste cerca de un mitin y supiste decirle al candidato que no sudara tanto en la frente, ya eres estratega.

Los partidos están llenos de asesores en comunicación que jamás pasaron por una escuela de comunicación, y de community managers que creen que el algoritmo es una mascota. En serio, hay oficinas de senadores donde no hay ni una sola persona con formación política. ¿Cómo es posible que un ministro maneje una crisis comunicacional con alguien que aprendió “gestión de imagen” viendo tutoriales en TikTok?

Lo más curioso es que los políticos no solo lo permiten, lo promueven. Quizás porque los verdaderos profesionales, esos que tienen títulos, lecturas y experiencia, son peligrosos: piensan. Y pensar es un lujo que algunos no se quieren permitir en la política dominicana. Mucho menos si eso implica ser contradicho.

Sí, es cierto: durante los noventa no había escuelas de formación política en el país. Los “expertos” de entonces eran empíricos con cicatrices. Algunos sabían más que cualquier doctorado. Pero ya no estamos en los noventa. Hoy tenemos universidades, posgrados, másteres. Y, sin embargo, seguimos poniendo el rumbo de las campañas en manos de quien se compró un libro de Sun Tzu y lo subrayó con marcador amarillo.

Es hora de profesionalizar el oficio de asesor. Que los llamados presidenciables empiecen a rodearse de profesionales, no de gente que hizo un cursito de fin de semana en liderazgo transformacional. Que exijan hojas de vida. Que pregunten a cuántas campañas han asesorado. Que valoren el conocimiento como se valora la lealtad: con exigencia.

Porque la política, esa cosa que muchos creen un juego de percepciones, es en realidad una cuestión seria. Tiene que ver con la vida de la gente. Y cuando eso se olvida, los países no los gobiernan expertos: los gobiernan improvisadores.

Con corbata, sí. Pero improvisadores al fin.

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