Dr. Isaías Ramos
Hace apenas unos días, Manuel Matos, un hombre de 70 años, murió intentando destapar un desagüe sin tapa en Santo Domingo Norte. Cayó en la corriente, arrastrado por el lodo y la indiferencia. Su muerte no fue casualidad, ni accidente natural: fue consecuencia directa de la negligencia sistemática de quienes debieron velar por la vida de la comunidad.
Las tapas retiradas meses atrás nunca fueron repuestas, a pesar de los reclamos de los vecinos. La tragedia se consumó mientras el Estado miraba hacia otro lado.
La tormenta tropical Melissa no mató por sí sola. Lo que hizo fue revelar lo que ya existía: ciudades sin drenaje, cañadas abandonadas, viviendas precarias donde la lluvia se convierte en verdugo. Lo que parecía un desastre natural es, en realidad, el resultado de un sistema que prioriza los contratos y los negocios sobre la vida de las personas. La muerte de Manuel y de tantos otros no es un accidente: es una consecuencia de la corrupción y la indiferencia institucional.
En el 2023, según el Banco Mundial, República Dominicana ocupaba el tercer lugar en mortalidad infantil en América, con treinta y un niños muertos por cada mil nacidos vivos. No fueron estadísticas frías: fueron vidas arrancadas por falta de incubadoras, medicinas y atención médica, mientras los fondos destinados a la salud eran desviados a bolsillos privados. Algunos hablan de desfalcos en SENASA de 41 millones, otros de más de cien mil millones. La cifra es irrelevante cuando el costo se mide en vidas humanas.
Cada niño que muere, cada anciano que cae en un desagüe, cada familia que sufre en silencio, es un recordatorio de que la impunidad se ha vuelto doctrina y la corrupción un sistema. Cada peso robado es un respirador menos, un tratamiento menos, un niño menos que respira. Nos han matado de muchas maneras: con balas, con hambre, con negligencia, con promesas rotas. Y ahora nos matan con indiferencia.
Mientras tanto, los mismos que causan la tragedia se apresuran a posar entre los escombros, a declarar “solidaridad” frente a las cámaras, a simular preocupación, mientras la gente que los eligió lucha sola por sobrevivir. En este país, hasta el luto se administra con cinismo y maquillaje de empatía.
No necesitamos más discursos. No necesitamos promesas vacías ni declaraciones de prensa. Necesitamos conciencia. Necesitamos entender que cada muerte evitable es un asesinato, que cada acto de corrupción dispara contra los más pobres, y que cada indiferencia nos hace cómplices de un crimen mayor.
La partidocracia que nos gobierna ha convertido la impunidad en su bandera y la corrupción en rutina. Y nosotros, como pueblo, seguimos eligiéndolos, perpetuando el ciclo de tragedia y silencio. Mientras tanto, la población continuará huérfana y sin nadie que se compadezca de su sufrimiento.
Desde el Frente Cívico y Social trabajamos día a día en el despertar ciudadano. Formamos núcleos cívicos en todo el país para reconstruir lo que la política destruyó: la conciencia. No aspiramos al poder por el poder, sino al poder para servir, al poder para devolverle al ciudadano la dignidad que le robaron.
Porque lo que está en juego no es un cambio de gobierno: es la supervivencia moral de la nación. El país no puede seguir siendo un espacio donde la vida se valore solo en estadísticas y la justicia solo en papeles archivados. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de actuar antes de que la indiferencia se vuelva irreversible.
Aún hay tiempo. Pero el reloj corre. La patria no necesita más indiferencia. Necesita coraje. Necesita acción. Necesita que despertemos todos.
Despierta RD!
