A los presidentes: Luis Abinader, Joe Biden, Laurentino Cortizo y Carlos Alvarado.
Lic. Marino Elsevyf P.
En estos tiempos que han puesto de moda las negociaciones, con el instrumento comercial del Fideicomiso, para asegurar los compromisos de ambas partes y transparentar las inversiones en diferentes áreas de la economía, tales como: las obras de infraestructura, las obras de viviendas familiares, el resguardo del patrimonio familiar en instituciones bancarias, así como la no menos importante propuesta de administrar la planta de Punta Catalina, bajo la sombrilla legal de un fideicomiso, en República Dominicana, propusimos hace un mes, un fideicomiso para Haití.
El naufragio de la Organización de Naciones Unidas en el punto geográfico de Haití hace importante recordar mis estudios de Derecho Internacional Público, y en especial mis profesores, Dr. Eladio Knipping Victoria y Dr. Luis Padilla Tonos, ambos destacados diplomáticos y maestros irrepetibles, en la Ciencia del Derecho Internacional Público y el trato decente que todo maestro debe tener frente a sus alumnos, así como el profesor Esquea Guerrero, de Derecho Internacional Privado.
Por eso de inmediato acudí a la librería en procura del libro del catedrático de la Universidad de Viena, Alfred Verdross, traducido por el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, Antonio Truyol y Serra.
Sin ningún tipo de soslayo, sabemos que un régimen fiduciario en Haití, limita la autodeterminación y confiere a la comunidad Internacional, la autoridad para regir los asuntos internos, ante la crisis vivencial, cuya connotación más significativa ha sido el asesinato a mansalva, en su propia casa y su propia habitación, del presidente Juvenal Moïse de Haití.
A ello hay que agregarle, el clima de inseguridad ciudadana, cuya nota más significativa ha sido el secuestro de 17 personas, de nacionalidad Americana, entre ellos un canadiense, conforme la denuncia del pasado domingo 17 de octubre, del prestigioso periódico norteamericano, New York Times.
Se trata de misioneros evangélicos, que haciendo obras de bien social y participando de la construcción de un orfanato en los alrededores de la capital de Haití, Puerto Príncipe, se encuentran secuestrados y con amenazas de muerte hasta este momento.
Haití, que no le cabe ni un mandado, debido a que, por más de 20 años, se ha convertido en una bodega de drogas narcóticas, está intervenida por bandas armadas de grueso calibre, cuyas armas son adquiridas a cambio de participar en crímenes y delitos en contra de las personas y las propiedades.
Si le sumamos el albur de la naturaleza y los graves terremotos que han ocurrido en esa parte del territorio de la isla de Quisqueya, patria de nuestros antiguos aborígenes caribeños, cuyos cacicazgos fueron exterminados por los colonizadores Extranjeros, quienes destruyeron de acuerdo a la historia, los cacicazgos de Marien, cuyo cacique Guacanagarix; Maguá, cuyo cacique Guarionex; Maguana, cuyo cacique Caonabo; Higuey, cuyo cacique Cayacoa, y Jaragua, cuyo cacique Boechío, ahorcado, ocasionando incluso el suicidio de nuestra antepasada (cacique Anacaona), dueños originales de nuestras tierras, en donde hoy habitamos, es decir, los taínos, de quien solo tenemos referencia de sus rituales y sus areitos.
La sórdida presencia africana en nuestro territorio fue de la mano con la esclavitud y la explotación del ser humano para utilizarlo en la construcción y labores mineras, en medio de la gran crisis por la que atravesaba España en sus finanzas públicas y privadas, al igual que todos los reinados de la época.
Los españoles se descuidaron y no valoraron el punto estratégico geográfico de nuestra isla Quisqueya y aquí nos bautizaron como española o isla Hispaniola, sin ningún distingo ni privilegio, que la sede del virreinato español.
Ni el oro que encontraron y mucho menos la confirmación de que la tierra era redonda como planeta, persuadió a las autoridades del reino español, proteger a los taínos, que, tras la capitulación del cacique Enriquillo, produjo las Capitulaciones de Santa Fe, que firmó el gobernador Barrionuevo junto a un legítimo defensor de su territorio y su pueblo, en las escarpadas montañas de la Sierra de Baoruco.
Pero el traslado obligatorio de seres humanos y la trata de personas propiciada por Europa en nuestro territorio, originó un enclave de mayor esclavitud, en la parte oeste de la isla, en manos de filibusteros y bucaneros, contrabandistas de todo tipo de mercancía, que se alojaron en el L’ Hospital, que hoy se conoce como Puerto Príncipe y fue el centro de todas las villanías europeas, en el juego sucio de la historia por el predominio y la conquista de territorios de ultramar.
Los esclavos se identificaron en contra de sus amos europeos y prevalecientemente franceses, quienes aprovecharon la revolución francesa y la lucha por la igualdad en contra de la esclavitud, para luchar en el oeste de la isla por la libertad, la fraternidad y la igualdad, igual que el líder Napoleón Bonaparte y los enciclopedistas de la revolución francesa.
Y por qué hacemos este recuento histórico, porque fundamentalmente tenemos que explicar a quienes nos leen, cuáles son los criterios por los cuales hoy estamos solicitando un fideicomiso para el vecino haitiano, que tanto nos denigra en los foros internacionales y tanto nos acusa de xenofobia, racismo y otros vituperios en contra de nosotros los dominicanos, que mezclados como raza indomable, hemos sobrevivido al supremacismo Haitiano, no obstante por 22 años haber sido invadidos militarmente y haberse prohibido estudiar, leer y hablar en español en esta parte este de la isla y en donde se sepultaron, los últimos vestigios de la identidad de nuestros antepasados y dueños de esta tierra, como es el territorio de Boyá, (Sabana Grande de Boya, Monte Plata), donde dan cuenta los historiadores, fue el último reservorio de las huestes del gran cacique Enriquillo, que dio a la humanidad, el gran salto cualitativo, del derecho de gentes y hoy se practica, como derecho internacional público y privado y es materia de estudio en todas las universidades del planeta tierra, junto a las cartas del Padre Antón de Montesino y del Padre Victoria (dominicos).
Para los dominicanos, que creemos en nuestro territorio zaherido por las devastaciones de Osorio en 1605-06, vivimos vigilante de nuestro espacio vital, nuestra idiosincrasia y nuestra cultura de mezcla de razas y muchos diptongos, plantearnos un fideicomiso, con el antecedente de la ocupación norteamericana en numerosas ocasiones en esta isla y retrotrayéndonos al año de 1915 y luego el nefasto 1916, en que fue humillada nuestra soberanía por las tropas norteamericanas, que proviene de la ingobernabilidad en todo lo largo y ancho de nuestra tierra quisqueyana, como hoy ocurre en Haití.
Constituye una solicitud que debe ser sumamente pautada por los artículos 75, 77 y 81, de la Organización de Naciones Unidas y respondiendo a los instrumentos internacionales, que ya habían sido organizados en ‘’la antigua Sociedad de Naciones’’, que existió hasta el año de 1946, en donde se dio paso a la actual Organización de Naciones Unidas (ONU).
Indudablemente que luego de la conferencia de Yalta en 1945, la Sociedad de Naciones se dio por terminada, ya que la declaración de Moscú del 1 de noviembre de 1943, China, los Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión de Repúblicas Socialistas, elaboraron los planes para lo que hoy es conocido como las Naciones Unidas.
Pero yendo al tema de la administración internacional directa, bajo fideicomiso, debemos puntualizar que los territorios bajo fideicomiso poseen un estatuto jurídico similar al de los antiguos mandatos que existían en la Sociedad de Naciones, ya que se trata de territorios administrados por un Estado como fideicomisario y bajo la autoridad de las Naciones Unidas.
Según el artículo 77 de la carta, el sistema de administración fiduciaria podrá aplicarse no solo a los antiguos mandatos, sino también a los territorios segregados de los estados vencidos como resultado de la Segunda Guerra Mundial y ‘’a los territorios voluntariamente colocados bajo ese régimen por los estados responsables de su administración’’.
Para todo ese andamiaje regulatorio, el artículo 79 de la carta de Naciones Unidas prevé tratados especiales y que denomina acuerdos sobre administración fiduciaria por parte de los estados directamente interesados, quienes suscriben las condiciones del ejercicio de la administración para el territorio y que deben ser sometidos a la aprobación de las zonas estratégicas y dichos acuerdos no deben perjudicar a los terceros y tampoco debe proceder cuestionar la tutela de la ONU, cuando se pone en marcha el fideicomiso.
El fideicomiso tiene en el artículo 76 de la carta de las Naciones Unidas, no solamente la obligación del fideicomisario a promover el adelanto político, económico, social y educativo de las poblaciones, sino también su desarrollo progresivo hacia el gobierno propio o la independencia.
Es decir, que es más amplio que el artículo 22 del pacto de la Sociedad de las Naciones, que obligaba a los mandatarios a promover el máximo de bienestar de los habitantes de esos territorios que estaban bajo mandato de dicha Sociedad Internacional solamente.
En Haití se practicó una intervención de la ONU-Minustah, que acaba de ser prorrogada por nueve meses en el marco de las Naciones Unidas, en donde el mandato ha obligado a permanecer desmilitarizado el territorio haitiano y la ONU no ha contribuido al sistema de seguridad, que conforme el artículo 84 de la carta de Naciones Unidas, era su obligación.
Si bien es cierto la comisión de los mandatos se ha sustituido por el Consejo de Administración Fiduciaria a cargo de la ONU, que contempla no solo la petición de los ciudadanos del vecino haitianas, sino que también el territorio bajo tutela, tiene capacidad jurídica y mantiene su soberanía sobre el territorio que le corresponde a la población, mientras dure el fideicomiso bajo la modalidad , y que la autoridad administradora es quien ejerce el derecho de protección sobre la población y determina las normas prudenciales para la recomposición de dicho territorio en todos los órdenes.
Alcance del fideicomiso