¡No te metas en mi vida!



Lic. Hanoi Vargas Hernández

Los proponentes, con “derechos de autor”, de esta mágica frase son conocidos; pertenece al adolescente y joven postmoderno que reniegan los límites establecidos por los padres o tutores; son los que nacieron con la flor en el muslo; en un mundo virtual; todo “a pedir de boca”; con padres que casi siempre lo entregan todo a cambio de nada.

Sus mayores preocupaciones son las calorías, el gimnasio, mucha data y un moderno dispositivo que les permita “estar en todo, menos en misa”; sin afinidad por lo sagrado, pero sí hacia lo mundano; admiradores de Sabina al cual le gusta “el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan…”

Sin estudiarla, ejercen la abogacía, al tanto de todos sus derechos, pero sin actitud mínima hacia los deberes.

Por conveniencia propia, olvidan que no son sus padres los metidos en sus vidas, sino ellos; iniciando con los meses en el vientre antes de nacer, la minuciosa higiene (porque mientras más exigentes son, más cagones fueron…), el impecable vestido, medicación, alimentación ¡con respectiva mordida de pezón! educación, arreglos de regueros, “invasiones nocturnas” (sin importar deseos del padre), presentaciones por quejas en el colegio, acompañamiento en la pubertad…

En fin, metidos en toda nuestra vidas; pero ahora, dizque autónomos e independientes; con cédula y permiso de conducir, pero en algunos casos “sin dar un golpe ni de karate”.

¡No te metas en mi vida! Muy amena la frase; creemos interesante ver los padres asumirla por igual; tendrían que comprar su celular y asumir su famoso “plan ilimitado”; algo muy justo, sobre todo por aquellos familiares codependientes que andan con “un maquito” prepago, para que sus “niños” se den el gusto; se diría adiós a sus mesadas; los vehículos estarían siempre en su lugar y con “tanque lleno”, y al tener tropiezos, extrañarían esa mano que hoy no les permite caer.

Quizás entonces tendrían mayor aprecio por su familia, y valor práctico de la real autonomía e independencia, que no es por edad, ni por el mucho pelo, sino una actitud de convivencia más empática y plural; agradeciendo la existencia en correspondencia con quienes se la han dado.

Es gran responsabilidad la que tenemos los padres ante Dios y la sociedad, cada vez que toca ser guía en la vida de nuestros hijos; aclarando sus mentes mientras contrarrestamos las distorsiones de un sistema hedonista y desafiante a la autoridad; donde solo “pestañar”, podría significar no volverlos a ver o dejar de reconocerlos; cosa clara en las terapias familiares cuando se oye decir a uno de los padres: “…no sabemos en qué momento le perdimos”.

Si no quieren que nos metamos en sus vidas, debemos irles dejando claro cómo sería no tenerles en las nuestras. Dejemos la opción abierta a esa nueva perspectiva; y acompañarla del valor para permitir que la prueben, porque evitando las confrontaciones presentes ¡esperando que cambien! Es que hemos llegado hasta la rebeldía presente. Que hagan la prueba del “hijo pródigo”, que al final de su obstinación tendrán el hocico de un cerdo esperando “fregaduras”.

Dejémoslo claro: ¡Todo o nada! Nos metemos o no nos metemos.

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