Marino Beriguete
El umbral del cinco por ciento, esa cifra supuestamente técnica, aséptica, sin carga ideológica, es en realidad el núcleo de una estructura política profundamente corrupta. No se trata de una regla neutra: es la puerta de entrada a un botín que se reparte cada cuatro años entre partidos que no ganan, pero sí cobran. Partidos que no convencen, pero sobreviven.
Con apenas ese pequeño porcentaje de votos —que muchas veces se consiguen por inercia, por clientelismo o simple reconocimiento de siglas— acceden a más de cuarenta millones mensuales. Mil novecientos veinte millones en cuatro años. No por representar ideas ni liderar causas populares, sino por lograr no desaparecer. Así de bajo está el listón.
La política se ha transformado en una industria de subsistencia. Hay partidos cuya razón de existir no es proponer, debatir ni gobernar, sino mantenerse dentro del sistema para beneficiarse de él. Son estructuras vacías, oportunistas, diseñadas no para ganar poder, sino para venderlo al mejor postor.
En el Congreso, estos partidos son mercancía. No importan sus votos en las urnas, sino los votos que pueden ofrecer en las negociaciones. No tienen fuerza propia, pero sí poder de chantaje. Se convierten en los árbitros de leyes, presupuestos y designaciones. No porque representen a millones, sino porque saben negociar su escasa presencia como si fuera decisiva.
Y el ciudadano, una vez más, es reducido a un instrumento. Cree que vota para cambiar, pero alimenta un sistema que lo traiciona. Su sufragio sostiene una estructura donde el mérito no importa, donde lo importante es superar un umbral artificial que se ha convertido en el salvavidas de los que deberían hundirse.
La democracia, en apariencia sólida, está carcomida desde dentro. Los partidos que deberían extinguirse continúan vivos gracias al oxígeno legal que les otorga la legislación. No están ahí por el pueblo, sino por los millones que reciben del pueblo.
Y lo peor: todo esto es legal. Está escrito, firmado, aprobado. Es un sistema hecho a medida de los que medran sin representar.
Sí, díganme que exagero. Que aún hay partidos con principios, con visión, con dignidad.
Demuéstrenme que estoy equivocado… Seguimos el viernes.