Drogas, qué las hace buenas, y difíciles de dejar



Lic. Hanoi Vargas
“Las drogas no son malas porque están prohibidas, están prohibidas porque son malas”; así se plantea el tema desde la política prohibitiva, seguido de sus efectos nocivos e impacto social. Nada de esto sería cuestionable sino fuera excluyente del principal protagonista: ¡el usuario!
Tendemos a ser evasivos ante todo lo estigmatizante que desdice de nosotros; si nos genera ansiedad bajo modalidad miedo, culpa y vergüenza, veremos fuera del yo o del nosotros; lo podemos encontrar hasta en los debates filosóficos de Rousseau y Voltaire; donde el primero le atribuía gran nobleza al ser humano, y decía que el problema era la sociedad; replicando Voltaire, con su ironía: “Eliminemos entonces a la sociedad”.
Nos defendemos a tal punto del concepto drogas, que ayudados por la ignorancia le inventamos nuestras clasificaciones; decimos alcohol y drogas, no alcohol y otras drogas; y con argullo podemos llegar a expresar: “consumo alcohol, pero no drogas”.
Ignoramos que en Suramérica a las farmacias les llaman “droguerías”, y que ante el dolor, la solicitud desesperada por medicamentos no es otra cosa que necesidad por drogas. Pocos rehusaríamos drogas ante un dolor de muelas, pero calmar ese tipo de dolor, es sombra del poder de una droga para lidiar otras formas de sufrimiento.
Formándome en el trato de las adicciones, un doctor de Cantabria, España, me conmovió cuando le oí plantear: “Hay personas que lo mejor que les ha podido pasar ha sido encontrarse con las drogas”; me pareció sórdido al principio, pero cuando empezó justificarlo mediante las vulnerabilidades psicológicas que pueden hacer insoportable la existencia, y cómo sufren personas con poca capacidad de afrontamiento, y las alternativas de suicidio que resultan al vivir conflictos sin paliativos, entonces entendí el punto.
El uso patológico de drogas debe también comprenderse desde la multifactoriedad, donde lo psicológico relacionado a la adaptabilidad es fundamental. Resulta poco razonable pensar que las personas desarrollan adicción por simple desafío a la autoridad, moda o influencias; que vivir en eso a pesar de las reiteradas consecuencias es pura y simple irracionalidad; se ignora la importante interpretación del beneficio que los usuarios encuentran en ellas.
Alguien tímido, inhibido hasta para lo más mínimo, al momento de tomar alcohol, “se suelta”, y puede expresarse poniéndose en contacto con sus sentimientos, lo cual le resulta liberador; imagine ahora al que tiene pensamientos autolesionantes, es inseguro, pesimista…Y de repente, al consumir, se altera la bioquímica de su cerebro y siente dominio y control de sí; de eso, mente y cerebro querrán más.
Es una perspectiva temporal “presente hedonista”, según la plantea Philip Zimbardo, donde la mente queda centrada en el aquí y ahora, negada a pensar en consecuencias futuras, solo viviendo el bienestar del momento, aunque se joda después.
Las drogas no vienen a nosotros ¡vamos a ellas! Las cultivamos, procesamos y alteramos. Mi forma de relación con ellas será el real problema; la obsesión y compulsión resultará de interpretarlas “medicinales”. Para dejarlas necesitaré entender el porqué las busco, y quitarle su valor utilitario, a la vez que lo encuentro de forma más adaptativa mediante otros recursos. Lo difícil será adecuarme a la forma lenta de la vida en sus términos, ya que con ellas nos resulta -al precio que conocemos- todo ultra rápido, en una época donde no se puede esperar a que Isabel de España tarde meses para saber que Colón llegó.

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