Haití: La nación en el cruce de la hojarasca



Por Inocencio García Javier

En la zona metropolitana de Puerto Príncipe hay un sector que se llama Carrefour Feuille que traducido al castellano significa como el cruce de la hojarasca. El diccionario Gran Espasa Ilustrado en una de sus acepciones define la palabra como el conjunto de las hojas que han caído de los árboles. Además, se traduce como encrucijada.

En la novela La Hojarasca de Gabriel García Márquez el nobel de literatura traza el hilo conductor de la narrativa en el conflicto que se produce entre la voluntad colectiva del pueblo y el sentimiento del personaje principal de la misma, quien es odiado por el pueblo de Macondo y que cuando muere los vecinos quieren dejar insepulto.

El liderazgo político haitiano y sus fuerzas sociales, sin lugar a dudas, se encuentran en el cruce de la hojarasca por la dramática crisis que está padeciendo su país y que, al igual que al odiado personaje de la novela mencionada, al parecer han decidido dejarla insepulta por designio propio y de extraños.

Crisis estructural que ya no solo ha extinguido el Estado, sino que atenta contra la existencia misma de la nación que es la comunidad de destino, lengua, cultura e historia, modelada cual argamasa por los pueblos.

El 29 de marzo de 1987 una coalición de voluntades nacionales e internacionales diseñaron y aprobaron la actual constitución de esa fecha y que tuvo por loable objetivo político tratar de exorcizar los demonios de la larga Dictadura del Duvalierismo.

Esa constitución definió un régimen político híbrido que establece uno que, a su vez, es semi-parlamentario y semi-presidencial y en cuya arquitectura el parlamento cuenta con disposiciones que le atribuyen una importante cuota de poder para la operacionalización de ese régimen político.

La cultura política cimarrona en Haití, en terminos prácticos, convierte ese régimen político en tres gobiernos: el jefe del Estado, el Primer Ministro como jefe de la administración pública y el parlamento. Y casi como estado de naturaleza, el parlamento bloquea al Ejecutivo, y éste, cuando tiene la oportunidad, disuelve hasta por decreto a aquél.

Desde esa fecha hasta el presente, la efectividad de esa arquitectura política constitucional ha sido de muy bajo o casi nulo rendimiento en materia de bienestar para el pueblo haitiano y para la consolidación de instituciones fuertes y operativas.

En marzo de este año la actual constitución cumplirá treinticinco años de haber sido adoptada y en esa tres décadas y media la prolongada crisis política que vive Haití se ha traducido en lo que la intelectualidad haitiana llama a justo título “la interminable transición democrática”.

Pero resulta que en el cruce de la hojarasca de este tiempo histórico, Haití se encuentra en una crisis inédita, es decir, distinta, no parecida a las anteriores, porque está padeciendo una crisis multidimensional. Es una crisis de la totalidad del conjunto institucional que define ese régimen político y que se expresa como ‘vacío de poder constitucional’.

Es decir, el Ejecutivo, el Parlamento y la Corte de Casación se han convertido por la crisis en instituciones constitucionales nominales no reales, debido a que no han sido elegidas por voto universal popular, o son infuncionales por estar incompletas y, en consecuencia, no pueden actuar amparadas constitucionalmente.

Ese ‘vacío de poder constitucional’ a que ha empujado la prolongada crisis, es dominante la ‘crisis total de la gobernabilidad de la nación’, cuyo más consistente indicador es el dominio territorial de pandillas fuertemente armadas, estado de cosas que, a su vez, amplía el diámetro y el fondo de ese vacío.

El liderazgo de ese extendido fenómeno sociopolítico en el territorio del país vecino lo ejerce la pandilla G9 Familia y Aliados que, si seguimos el modelo del sociólogo norteamericano Marcun Olson, ese grupo criminal organizado ha pasado de estar integrado por “bandidos itinerantes” a “bandidos estacionarios”, definidos estos últimos como aquellos que realizan actividades protogubernamentales que sustituyen a las realizadas por el Estado.

La “coyuntura de crisis” actual, según como la define el intelectual haitiano Sauver Pierre-Etienne en su libro “Misère de la Democratie”, y que es uno de los reflejos de la crisis estructural que padece Haití, está protagonizada por el Primer Ministro de facto Ariel Henry desde el lunes 7 de febrero pasado por su negativa de dejar el puesto y de renegar de los “Acuerdos del hotel Montana” del 11 de septiembre del año pasado.

Esa “coyuntura de crisis” la colocaría en un callejón sin salida y sitúa, potencialmente, a los actores políticos y sociales haitianos ante la incapacidad de detenerla en el límite del desfiladero del abismo.

Ese patético cuadro Hobbesiano permitiría traer a colación -a riesgo de comparaciones molestosas-, las advertencias que hiciera el Estado Mayor Conjunto al presidente George W. Bush padre de que “Somalia era un pozo sin fondo”. Ese país del continente africano cayó en ese desorden socio-político como consecuencia de las luchas tribales en que se convirtió esa nación después del derrocamiento del dictador Mohamed Siad Barre a manos del general Mohamed Farrah Hassan Aidid, en enero de 1991.

Uno se pregunta si no es tiempo de que el liderazgo haitiano y la comunidad internacional se planteen la inquietante interrogante: ¿vamos a dejar insepulta, en descomposición, putrefacta, la profunda crisis que vive Haití en este tiempo histórico y permitir que de manera irremediable caiga en un pozo sin fondo al estilo Somalí o parecida al del cadáver insepulto Macondiano?

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