Oportunistas que medran en la democracia liberal



Isidro Toro Pampols

La ciudadanía está perdiendo la fe en la democracia liberal, entre otras causas, porque la Revolución Tecnológica ha permitido que el mundo sea inundado de información irrelevante que impide a las personas, inmersa en sus problemas cotidianos, ver con claridad lo que acontece y sobre esta base, se empinan seudo dirigentes que, con un discurso que busca polarizar posiciones, aprovechan la oportunidad para liderar un país o una organización política y hacerla un coto cerrado de sus ambiciones.

Vivimos en un mundo donde la inmensa mayoría esta agobiada con el día a día, con llegar a final de mes, con pagar las facturas y preocupado por la seguridad social. Incluso en países con mayor estabilidad como los europeos, la constante oleadas de inmigrantes hace temblar al ciudadano de a pie, especialmente cuando le informan que una cita médica tarda el doble o triple de tiempo que hace un año.

La democracia liberal es el mejor sistema político que hasta ahora se conoce en Occidente. Pero esa libertad nos conduce a situaciones que la colocan ante retos que, si el sistema no los resuelve, las personas voltearán hacia soluciones rápidas, aunque poco o nada pensadas y nefastas la mayoría de las veces.

La democracia liberal es producto de las guerras civiles inglesa (1642-1688), la Revolución francesa (1789-1799), la Revolución Industrial, las guerras de independencia tanto de los Estados Unidos como de las naciones hispanoamericanas como de la Primavera de los Pueblos (1848). Se fundamenta en la representación formada mediante el sufragio que es el derecho político y constitucional al voto y elegir a los cargos públicos.

El sufragio más popular es el voto universal, directo y secreto. Las personas se sentían empoderadas con ese sistema porque en el pasado muchos colectivos no tenían ese derecho practicándose el voto censitario, que fue un método electoral vigente en distintos países entre fines del siglo XVI y el siglo XIX, basado en la dotación del voto solo a la parte de la población que contara con ciertas características que le permitiera estar inscrita en un censo electoral, como por ejemplo: propiedades o ingresos económicos.

En Occidente ya no existe esa limitante, así que se promueve el voto universal, directo y secreto como la panacea del sistema democrático liberal. Pero hoy la humanidad afronta nuevos desafíos producto del crecimiento poblacional, la ralentización de la economía, los retos fruto de la fusión de la biotecnología y la informática, las migraciones incontroladas, la inseguridad pública, las falencias en la seguridad social, la inflación, problemas en el transporte, cambio climático y pare de contar.

En medio de una barahúnda expresada en redes sociales que en buena parte alimentan el marasmo democrático, siempre aparece un aspirante a caudillo que enarbola banderas de redención. En Francia Jean Marie Le Pen y ahora su hija Marine Le Pen, son muestra de quienes han levantado consignas ultranacionalistas de derecha, pero oh sorpresa, en las zonas obreras han obtenido un promedio sobre el 30% de los votos e incluso en muchas de ellas han derrotado a las agrupaciones de izquierda. En Hispanoamérica la lista de estos exponentes es larga.

El arma principal de estos aspirantes a jefe es el discurso que utilizan para debilitar instituciones, aunque hagan ver lo contrario, así como rotular enemigos. En su arenga se cubren bajo el mato del igualitarismo utilizando la vieja consigna un ciudadano, un voto. Pero a esto le agregan un menú de consignas demagógicas, como la distribución de los recursos y el proporcionar igualdad en el trato de todos los seguidores. Y no es malo el planteamiento, el punto es que no dicen como lo van a llevar adelante, porque sabemos que con proclamas no se administran organizaciones y avivando resentimientos del pasado no se construye ciudadanía. Porque al analizar la mayoría de esos discursos, nos encontramos que se robustecen con el ataque abierto o velado a las clases “privilegiadas” o la “oligarquía”. Aquellos que siempre son minoría y a quienes el subconsciente social acusa como los explotadores del pueblo. Por ello, el aspirante a caudillo siempre revive la antigua perorata para evitar que se cierren las heridas del pasado: la historia colonial, las persecuciones, lo que ocurrió en los últimos años en la diatriba política, entre otros temas. De igual manera reinterpreta la historia, añadiendo pasajes que avivan las llamas de la lucha de clases.

Así, cuando un político se aferra al tema de la igualdad por la vía del sufragio universal, directo o secreto; por la repartición de recursos u ofertar privilegios sin definir los mecanismos democráticos de cómo lograrlo, nos recuerda aquellos elocuentes que apelan a las falacias, olvidos, alteración de significados, estadísticas fuera de contexto, revisión del lenguaje para controlar los contenidos para omitir algunos y reforzar otros, demonizaciones y falsos dilemas: sin “mí”, la democracia se hunde.

Los artesanos ingleses de principios del siglo XIX promovieron un movimiento llamado ludismo que rechazaba las máquinas y la automatización por reducir la necesidad de mano de obra en las fábricas. La sociedad evolucionó y, en medio de crisis cíclicas, ha encontrado alternativas que mitigan y hasta resuelven estos problemas. La humanidad seguirá afrontando los retos y se encontrarán salidas satisfactorias. Lo mismo ocurre con las agrupaciones nacidas para hacer historia. Las sociedades que se han ido por el atajo del caudillo redentor han caído en fosos de los que no se salen fácilmente. Lo mismo ocurre con las organizaciones y especialmente las políticas.

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