Los pueblos Potemkin o la política como falso espectáculo




Isidro Toro Pampols

Donald Trump explica en su libro “The Art of Deel” como contrato numerosos equipos pesados para mover tierra en el sitio propuesto para un casino, en Atlanty City, Nueva Jersey, con el fin de impresionar a empresarios invitados a invertir, creando el efecto de que se había iniciado la construcción.

Esto es un claro ejemplo del significado de la frase “pueblo Potemkin”.

Silvio Berlusconi, un empresario de los medios de comunicación, en una audaz maniobra transformó su imperio empresarial en un partido político.

Forza Italia y sus vendedores estrellas, quienes aplicaron todas las argucias del mercader, fueron sus candidatos a posiciones legislativas y municipales.

Berlusconi fue presidente del Consejo de Ministros en tres oportunidades (1994-1995, 2001-2006 y 2008-2011) convirtiendo la política italiana en un espectáculo vacío de contenido. Berlusconi es otro claro ejemplo.

La precitada expresión tiene sus raíces en la orden que le dio la zarina rusa Catalina la Grande a Grigory Potemkin de construir una flota en el Mar Negro, tras la reciente conquista de la península de Crimea arrebatada al Imperio Otomano, el año de 1783.

En 1787 Catalina decide visitar sus nuevas posesiones y emprende un dilatado viaje, en kilómetros y tiempo, a lo largo del rio Dnieper por lo que Potemkin construyó numerosas barcazas para transportar a la zarina, corte y embajadores extranjeros.

Según algunas crónicas se dice que, para impresionar a la zarina, levantó un decorado urbano compuesto por una serie de aldeas cuyas casas eran solo fachadas a orillas del río, rodeadas por árboles, jardines falsos y para que la representación fuera creíble, pobladas por soldados disfrazados de felices habitantes del nuevo territorio ruso.

La historiografía se debate entre el alcance mayor o menor de la opereta, así como si el fin era engañar a la zarina o a los embajadores extranjeros, ya que se rumoraba el inicio de nuevos conflictos con los Otomanos.

De allí nace la expresión “pueblo Potemkin” para designar una pretensión falsa, solo apariencia, con la que se procura ocultar una realidad inexistente.

Durante la Segunda Guerra Mundial se construyeron escenarios con grandes directores teatrales.

Un ejemplo fue la “Operación Fortaleza”, por el cual los aliados crearon la ficción de un ejército, dividido a su vez en dos comandos.

Uno con base en Escocia para insinuar una invasión por Noruega y el otro, al sudeste de Inglaterra, para hacer pensar a los alemanes que la invasión seria por el Paso de Calais. Finalmente fue por Normandía.

Para llevar adelante el engaño primero se creó legalmente el ejército fantasma, el cual recibió el imponente nombre de Primer Grupo del Ejército Estadounidense (FUSAG por sus siglas en ingles).

Los reclutas fueron principalmente actores, expertos en efectos especiales (los de la época), guionistas, especialistas en comunicación y, por supuesto, un par de unidades militares reales para procurar la credibilidad necesaria para que el ardid fuera un éxito, como en efecto lo fue.

Así como este, en las guerras se han desarrollado a lo largo de la historia innumerables tramas, desde el famoso “Caballo de Troya” hasta hoy.

En política se utiliza recurrentemente los “pueblos Potemkin”. Basta observar el anuncio de la visita de un Presidente de la Republica a una comunidad para ver cómo asfaltan el tramo a ser recorrido, pintan calles, fachadas y colocan todo bien a la vista del gobernante.

Pero igual es el mandatario cuando ante el Congreso del país, pinta “pajaritos en el aire”, como la canción de Daniel Santos, manipula cifras, hace inferencias tendenciosas y muestra videos editados.

Observamos como ministros y alcaldes anuncian, con un juego de palabras, obras como si fueran reconstruidas totalmente por su administración cuando en realidad tan solo la intervienen en algunos puntos, aunque puedan ser ciertamente críticos.

La «convergencia mediática» era el mecanismo que utilizaban los gobiernos o políticos a finales del siglo pasado, con gran apoyo financiero, para concentrar anuncios publicitarios que adormecen el debate sobre programas e ideas y se busca el estímulo visceral en el elector, creando una comunidad de seguidores que se orientan más por un clarín de combate que por cualquier contenido con significado político.

Hoy aparentemente se hace más difícil lograr esa «convergencia mediática» por la variedad de medios y el fácil acceso a las redes sociales.

Pero la realidad impone que la tecnología hace posible la masificación de mensajes en cada sistema existente y con la fuerza del dinero, transformar un tema de interés en un infeliz espectáculo vacío de contenido por medio de símbolos esparcidos abrumadoramente, con eslogan y música, con el fin de atraer un vasto público con escasa formación política y con poco interés en investigar.

Así que a diario nos invaden con «pueblos Potemkin», no solamente desde los gobiernos, sino de sectores poderosos que tienen la intención de asumir directamente la función política e imponer sus reglas de poderes facticos en el ejercicio de la Administración Pública, en todos los niveles.

También podemos considerar el astroturfing como una forma de “pueblo Potemkin”.

Cuando un candidato contrata a centenares de motoristas para acompañar una caravana con banderas y otros efectos de propaganda, el organizador es un astroturfer.

Este personaje contamina la opinión pública y hoy, con la Internet, manipula las imágenes y las difunde por las redes sociales, multiplicando los envíos mediante bots, intentando crear un ambiente de reconocimiento y apoyo al dirigente.

Lo mismo hace un comerciante de hamburguesas que paga a centenares de personas para que hagan filas en la puerta del establecimiento el día del lanzamiento de un nuevo producto.

Cuando nos topamos con un político “pintando pajaritos en el aire”, quien apelando a la emoción manipula datos, especialmente históricos, u observamos a un alto funcionario exponiendo obras de gobierno proyectando videos o señalando cifras, apelemos al sentido crítico, revisemos su credibilidad auscultando el pasado con los anuncios hechos en tiempo de campaña u otras ofertas realizadas.

Contrastemos con experiencias pretéritas, nacionales e internacionales, estadísticas y sobre esta base, consideremos sus afirmaciones y así no tener que pasar por un “pueblo Potemkin”.

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