¿Cómo se puede gobernar un país que tiene más de 300 clases de quesos…?



Isidro Toro Pampols

Con esta frase el presidente Charles de Gaulle describió la economía francesa tras la II guerra mundial.

Un reto que, guardando las distancias y características, confrontan la mayoría de los países hispanoamericanos.

El país galo contaba al momento de estallar el conflicto con una red de empresas la mayoría pequeñas o medianas, de capital familiar, con escasa vocación y capacidad para competir internacionalmente, aunado a una carencia de equipos que habían sido destruidos o trasladados posteriormente hacia Alemania durante la ocupación.

Frente a esa realidad, De Gaulle sin complejos adopto un plan dirigido a orientar la economía sin caer en los excesos estatistas de la Unión Soviética ni en las fauces del capitalismo salvaje que procuraban los consejeros estadounidenses e ingleses.

Así que planificó la economía mediante incentivos y regulaciones que promovían la fusión de empresas, creando conglomerados capaces de captar el apoyo financiero para adelantar planes que les permitieran competir internacionalmente.

El Estado francés invirtió en investigación y desarrollo (I+D) siendo esta práctica un apoyo de primer orden generando proyectos específicos y formación de recursos humanos como apoyo. Un ejemplo de lo anterior fue el avión comercial bautizado como “Super-Caravelle”, siendo la base del proyecto “Concorde”, desarrollado en alianza con la Gran Bretaña.

Un dato para tener en consideración es que el programa se negoció entre Francia y Gran Bretaña como si se tratara de un tratado internacional y no como un acuerdo comercial, incluyendo cláusulas que penalizaban severamente el abandono de alguna de las partes implicadas.

Un claro ejemplo de la presencia del Estado francés en la orientación económica del negocio en preservación del interés nacional.

El gobierno se involucró en la educación, no solamente en el área científica, reformando el sistema educativo en general.

También en las grandes empresas estratégicas como en la Sociedad Nacional de Ferrocarriles Franceses, que es una compañía estatal encargada de la operación de los trenes en ese país, bajo un régimen de monopolio, que en la práctica forma parte, junto a otras 49 filiales, de lo que se denomina Grupo SNCF, una asociación pública de carácter industrial y comercial que tiene participación mayoritaria o total en varias firmas que conforman el Grupo.

Si Francia se distingue en el mundo, además de sus quesos y vinos, es por sus ferrocarriles.
La multinacional Electricidad de Francia, conocida comúnmente como EDF, en gran parte propiedad del Estado francés, que gestiona una cartera diversa en Europa, Sudamérica, Norteamérica, Asia, Oriente Medio y África, siendo dueña absoluta o copropietaria de un conjunto de empresas que prestan servicios en esos países.

Y como lo anterior están la aerolínea nacional Air France, la empresa de sistemas nucleares e industrias del espacio, el gas entre otras sociedades consideradas vitales.

Dejándole al sector privado la construcción de las supercarreteras y otras obras de comunicación igualmente de alto interés estratégicos.

Francia entre 1945 y 1975 experimentó un crecimiento sin precedentes que la colocó entre las primeras economías del mundo.

El país ha transitado gobiernos tanto conservadores como socialistas. Estos cambios han producido variaciones en el modelo, con una mayor o menor intervención del Estado sobre la premisa de dirigir la economía, pero no administrarla por sí misma, reconociendo el principio de propiedad privada, estimulando la reinversión de ganancias en las mismas o en otros sectores productivos.

Otros países han asumido modelos parecidos siendo clasificados de economía mixta. En Japón, también en la post guerra, se aplicó la llamada “planificación indicativa”, un sistema que permite al Estado más discrecionalidad tanto en los objetivos como en los medios a utilizar.

A pesar de ello, nadie acusa a Japón de comunista. En Hispanoamérica el neoliberalismo ha jugado con el complejo del «intervencionismo estatal» y con la idea de que el «estado no sabe administrar» para propiciar privatizaciones sin control que terminan siendo un negocio redondo para empresarios con ambición igualmente desmedidas
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En el 2024, pasado el evento electoral, habrá una oportunidad de oro para que el Estado dominicano, o sea administrados y administradores, emprendan los grandes acuerdos que en materia de educación y salud garanticen el desarrollo económico sustentable a largo plazo en la mayor armonía social posible.

Siempre habrá ruidos, pero con un liderazgo avezado lo podremos lograr.

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