El gobierno de los idiotas

Isidro Toro Pampols

La palabra idiota ha evolucionado en el tiempo, originalmente no tenía relación con la inteligencia de la persona a la que se refería ni era un adjetivo insultante.
En la actualidad, según el Diccionario de la Real Academia (DRAE), encontramos varias acepciones al termino idiota, pero el más utilizado comúnmente es “tonto o corto de entendimiento”.

En medicina se asocia a la palabra idiocia que se define como “trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida”, según el DRAE.

El sentido más adecuado para relacionarlo con la política es el primero señalado como “tonto o corto de entendimiento”, porque en la dinámica gubernamental en ciertas circunstancias, no siempre, encontramos “idiotas” o inútiles tanto como administradores como entre los administrados.

En la Antigua Grecia se considera un idiota a la persona que no se interesaba por los asuntos públicos, que era renuente a la participación cívica, lo que vulneraba la democracia, institución muy apreciada por la civilización de la época.

Pericles (c. 495 a. C.- 429 a. C.), el importante jurista, magistrado, general, político y orador ateniense, consideraba al individuo que se mantenía fuera de la vida pública «no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.

En nuestros días hay personas que se mantienen al margen de los temas públicos bien por decisión personal o por estar influenciados y seguir ciegamente fuentes informativas aviesas en sus objetivos que los desmotivan o los colocan en una orilla errada.

En ambos casos se hace el papel de “idiota” en el alcance griego y merecedores de un gobierno para los “idiotas” ya que, finalmente, un consorcio de elites maneja el estado con los recursos de todos para beneficio de estas.

Una de las señales de un gobierno para los “idiotas” es aquel que articula políticas públicas sobre la base de la permanente propaganda electoral y no sobre el servicio que debe prestar, desechando la información fructífera para la ciudadanía porque sencillamente es un ejercicio, en muchos casos, demagógico y una práctica de opacidad.

En Hispanoamérica se aplican diversos sistemas con el fin de manejar desde instituciones del estado a la población sin darse cuenta de que la gente va dejando de ser “idiota” y esta va observando la trama generando que el electorado busque en un tiempo determinado una salida radical eligiendo “mesías” que, en oportunidades, resultan peores que la enfermedad.

Así que en cada legitimo proceso electoral la ciudadanía tiene la oportunidad de revisar con detenimiento cuanto de manipulación han intentado cometer el gobierno y cuál es la alternativa serena que garantice el ejercicio ciudadano en progreso y armonía social.

Es lo ideal.

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