Falacias en torno al voto universal, directo y secreto




Isidro Toro Pampols

El planteamiento según el cual sin el voto universal, directo y secreto no hay democracia interna en un partido político, es una falacia ya que en realidad esta verdaderamente se practica, permanentemente, con mecanismos de dirección participativa en todos los organismos de una agrupación partidista.

Falacia es un argumento que parece válido, pero que en realidad no lo es. En lógica se estudian las falacias y hay una variedad que se clasifican en formales e informales. No vamos a entrar en desmenuzar los tipos de falacias y si decir que en la política son de uso frecuente y sólo basta ver a los entrevistados, sus artículos de opinión y los mensajes en redes sociales.

Una falacia de uso común en política es el argumento ad populum que es utilizado frecuentemente en discursos populistas, así como en discusiones cotidianas, en las cuales en nada se apela a datos científicamente comprobados y si a frases efectistas.

El argumento ad populum es una falacia que implica sostener un argumento sobre la base de la supuesta opinión que de ello tiene la mayoría de las personas: la colectividad piensa así, por lo que la validez del argumento pierde importancia.

En Hispanoamérica hay quienes defienden la aplicación del voto universal, directo y secreto para elegir a los dirigentes de una agrupación política como la panacea de la democracia participativa. Se repite que es más democrático cuando todos los militantes, hombres y mujeres, tienen él mismo derecho a ejercer el sufragio y sumar su decisión a candidatos que de obtener una mayoría relativa o absoluta, según los reglamentos, son designados para ejercer el cargo. Esto viene a ser un argumento ex populo, el cual consiste en defender una determinada tesis alegando que todo el mundo está de acuerdo con él.

Para ilustrar el tema veamos algunas consideraciones en torno al tema en elecciones internas en los partidos políticos.

Los métodos de democracia directa, en los que se utilizan el voto universal, directo y secreto, es objeto de idénticas críticas que le hacen al sistema electoral general: ventajismo en uso de recursos materiales y financieros, perturbación en marchas y manifestaciones públicas, crispación y hasta caos en el orden interno partidista, pasto fácil de la manipulación mediática tanto por medios tradicionales como por las redes sociales y, entre muchos más, la escasa formación política de la inmensa mayoría que no atinan a colocar en una balanza los argumentos que pesan en una situación de crisis que vive un país en un momento determinado.

Veamos un par de ejemplos:

En Venezuela, en las elecciones de 1978 era impensable una derrota del partido Acción Democrática (AD) por el gobierno que había administrado el presidente Carlos Andrés Pérez (CAP). La oposición a CAP dentro de la agrupación promovió la escogencia de un candidato por votación universal, directa y secreta ya que se temía que el método tradicional se transformara en una asamblea de delegados que fuera pasto fácil de la presión gubernamental. El resultado fue que el señor Luis Piñerua Ordaz, con su discurso alentando las bases del partido frente a la maquinaria gubernamental, ganó las “primarias” pero fue tal la tensión y el desgaste interno producido que, en los comicios de diciembre de ese año, AD perdió por una pequeña cantidad de votos frente al candidato de COPEI, Luis Herrera Campins.

En el año 1999 el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) realizó las elecciones primarias donde se escogió como candidato a la presidencia de la República a Hipólito Mejía Domínguez. El padrón electoral utilizado para la misma fue de un total de 1,259,529 miembros organizados en 49,383 comités de base. Según los resultados oficiales ofrecidos por el PRD, de este pa¬drón votó en las elecciones primarias el 48.2%, es decir 608,276 miembros, cuyas simpatías se distribuyeron del siguiente modo: Hipólito Mejía 74,3%; Rafael Suberví 13,8%; Milagros Ortiz 5,8%; Hatuey Decamps 4,8% y Rafael Abinader 1,3%.

Hipólito Mejía supo concretar las alianzas necesarias para consolidar el triunfo en las elecciones del año 2000 pero el germen del fraccionalismo alimentado por tiranteces ocurridas durante la campaña, además de otras circunstancias, resquebrajaron el aparato partidista que no estuvo a la altura para enfrentar la crisis que desafío al gobierno y posteriormente participar con la fuerza de la unidad en las elecciones del año 2004.

Discutir el tema es importante, así como ampliarlo a mecanismos de democracia participativa en las estructuras orgánicas de un partido político. Lo significativo es debatir apartándose de las falacias y hacer una contribución cierta a la historiografía política de Hispanoamérica.

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