Pospolítica, antipartidismo y defensa de la sociedad



Isidro Toro Pampols

Diariamente observamos eventos que, aunque la buena intención de sus promotores sea contribuir a la política, en realidad favorecen la liquidación de los partidos políticos como articuladores de los intereses de la sociedad con las instituciones del Estado.

Un ejemplo de lo anterior, son algunas regulaciones de los organismos electorales que buscan coartar la libertad de asociación y expresión de las agrupaciones políticas.

La pospolítica no es nueva. Tras la Guerra Fría los fundamentalistas del mercado, aquellos que tienen una fe absoluta en la capacidad ilimitada del libre mercado para resolver los problemas económicos y sociales sobre la base de la premisa del «dejar hacer, dejar pasar» o laissez faire inspirados, entre otros, por el economista John Williamson, quien elaboró un modelo contentivo de un paquete de reformas que propugnaban la estabilización macroeconómica, la reducción del Estado, la liberalización económica con relación al comercio y la expansión del mercado interno e internacionalmente; vienen intentando, con relativo éxito, el reajuste del papel de los partidos políticos en la sociedad.

Para ello se recurre a organismos internacionales con el rol de vigilantes del proceso, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y agencias gubernamentales de los Estados Unidos y del Reino Unido, e incluyen imponer, grado a grado, una reformulación del concepto de partido político, especialmente en los países que se encuentran azotados por crisis financieras producto de la evolución del capitalismo internacional que afectan a todos de forma desigual.

En ese contexto surge el planteamiento de la pospolítica sobre la base de un supuesto consenso internacional, al menos en la órbita occidental, de aceptación tanto del mercado capitalista como del estado neoliberal, como una gran zapata fusionada sobre la que debe descansar la organización de la sociedad.

En apretado resumen la pospolítica plantea que, con las ciencias de la computación, la cibernética y las nuevas técnicas gubernamentales, la política se debe reducir a la gestión de unos programas prediseñados para la administración social.

Con la caída del Muro de Berlín no solamente se derrotaba al capitalismo de estado que representaba el llamado “comunismo” soviético, abriéndose un nuevo frente de batalla, más sutil pero real, contra sus hasta ahora aliados, la llamada democracia social, sistemas keynesianos de gobierno y la socialdemocracia en sus distintas variantes.

El cenit ideológico de la postura pospolítica lo representó Francis Fukuyama, un politólogo estadounidense quien en su libro: “El fin de la Historia y el último hombre” (1992), plantea el final de las luchas ideológicas, imponiéndose un libre mercado que orienta y dirige la sociedad.

Para sostener este andamiaje ideológico se hace énfasis en los valores morales del “yo”, desechando los valores políticos del “nosotros” como los sostenido por la democracia social.

Todo esto pasa por transformar a los partidos políticos. Pero antes de introducirnos en este aspecto, es importante comprender el origen de estos, y para ello debemos distinguir dos acepciones: una concepción amplia de la idea de partido, la cual nos informa que cualquier grupo de personas unidas por un mismo interés es una agrupación partidaria y, en tal sentido, el inicio de los partidos se remonta a los comienzos de la sociedad políticamente organizada.

En Grecia encontramos grupos integrados para obtener fines políticos, mientras que en Roma la historia de los hermanos Graco y la guerra civil entre Mario y Sila son ejemplos de este tipo de “partidos”.

De otro lado, si admitimos la expresión partido político en su concepción restringida, que lo define como una agrupación con ánimo de permanencia temporal, que media entre los grupos de la sociedad y el Estado, participa en la lucha por el poder político y en la formación de la voluntad política del pueblo, principalmente a través de los procesos electorales; entonces encontraremos su inicio en un pasado más reciente.

En esta acepción, por tanto, el comienzo de los partidos políticos tiene que ver con el perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia representativa, principalmente con la legislación parlamentaria o electoral y, en término general, muchos autores se muestran de acuerdo con fechar el surgimiento de estos durante el último tercio del siglo XVIII o en la primera mitad del XIX, tanto en Inglaterra como en los Estados Unidos de Norteamérica.

En general y particularmente en Hispanoamérica, los partidos modernos fueron condicionados por los procesos de formación de los Estados nacionales y por los de modernización que ocurrieron en Occidente durante los siglos XVIII y XIX.

Así que, y es cosa poco dicha, los partidos políticos como los conocemos se consolidan en la primera mitad del siglo XIX en el seno de las sociedades políticas occidentales, momento en que se produce la progresiva afirmación del régimen liberal.

Con la victoria del liberalismo sobre el absolutismo, retoño de la Revolución francesa, triunfa la concepción de una sociedad civil escindida del Estado y, por consiguiente, se requieren unos instrumentos, en este caso los partidos políticos, de mediación entre la sociedad y el poder político.

Mientras la Revolución francesa fue campo fértil para el liberalismo, la clase obrera es producto de la Revolución Industrial. Entre ambas quebraron la sociedad tradicional o feudal y permitieron el paso a la sociedad industrial.

Allí nacen los partidos como lo conocemos hoy, claro evolucionados, comenzando una nueva lucha entre los partidarios del liberalismo a ultranza y las corrientes sociales que emergieron como los socialistas utópicos, entre ellos Robert Owen, reconocido como padre del cooperativismo mundial, el marxismo con su texto temprano conocido como el Manifiesto Comunista (1848) y la socialdemocracia.

En medio de esta batalla ideológica, surge las grandes crisis como la guerra franco-prusiana (1870-71), que algunos consideran como una conflagración mundial, la Revolución rusa (1917) y la Primera y Segunda Guerra Mundial, que devino en la división del planeta en dos bloques geopolíticos y el comienzo de la llamada Guerra Fría, lo que llevo a los neoliberales agazaparse aceptando la democracia social y los preceptos del keynesianismo, como aliados para enfrentar el amenazante “comunismo” bolchevique.

Esos partidos fueron útiles para desafiar la amenaza soviética que había conquistado Europa Oriental, China continental y países como Corea del Norte, Cuba, Vietnam y crecía la influencia en las naciones recién independizadas de África y Oriente Medio.

Pero caído el Muro de Berlín, el panorama era otro. Se presentaba propicio el terreno para imponer el neoliberalismo e Hispanoamérica no ofrecía mayor resistencia.

Requería de ayuda financiera y allí estaba el FMI con su recetario que, además de privatizar empresas que estaban en manos del Estado, muchas realmente ineficientes, propiciaba reducir los servicios públicos transfiriéndolos al sector privado y transformar los partidos políticos en organizaciones electorales que lleven como candidatos a los “mejores”, o sea, con el beneplácito de la “representación reconocida” de la sociedad civil.

Así los grupos neoliberales implementaron, entre otras, las siguientes acciones:

Primero, se promueven los partidos “atrápalo todo” o meta partidos, donde se busca atraer votantes con diversos puntos de vista y se soslaya el planteamiento ideológico. La ideología prácticamente desaparece, lo que favorece el transfuguismo, debilitando la credibilidad de estos.

Segundo, de lo anterior se deduce que la ideología la sustituye una tecnocracia que ofrece la mayoría de las respuestas siempre orientadas a reducir el Estado, liberar las grandes empresas de regulación y reducción de impuestos a las mismas.

Sobre esta base, imponen programas de gobiernos donde los poderes facticos ejerzan el mayor predominio sobre instituciones, como el poder legislativo, con el fin de reglamentar el Estado y la sociedad al molde de libre mercado.

Tercero, en consecuencia, se suscita un sistema de pensamiento alrededor de una fraseología que siempre coloca de bulto “las mejores intenciones”, temas definiéndolos como absolutos morales, sobre la base de derechos inalienables, con ideas y experiencias que le indican al elector que “ellos” comprenden mejor el manejo de la cosa pública.

Cuarto, promover un liderazgo que defienda mantener al gobierno al margen de la vida económica. Limitarlo, en lo posible, a tareas de defensa nacional y policiales.

Quinto, facilitar lo anterior estableciendo sistemas de elección uninominales y de voto preferencial, donde el dinero prime sobre la militancia en el partido. Esto contribuye a desfigurar el perfil del dirigente político.

Sexto, establecer demarcaciones electorales y sistemas de adjudicación de escaños que obstaculicen la participación de grupos emergentes. Por la vía del ejemplo, la provincia de Santo Domingo eligió 43 diputados a la Cámara de Diputados de la Republica Dominicana en los comicios del 2020.

Una agrupación que obtenga el 3% puede considerarse con derecho a obtener un diputado, pero no, la fraccionan en 6 circunscripciones electorales lo que hace imposible algún tipo de representación.

Otro ejemplo son las regulaciones de la Junta Central Electoral (JCE) que pretenden cercenar el derecho de los partidos a reunirse y difundir sus planteamientos.

En República Dominicana las principales organizaciones de oposición han hecho causa común y como bien lo señaló el expresidente Leonel Fernández, estas violan sentencias del Tribunal Constitucional y del Tribunal Superior Electoral que consagran derechos fundamentales.

Hay experiencias donde el antipartidismo ha debilitado tanto al sistema, cabalgando sobre la desafección por las esperanzas frustradas y la existencia de una anomia democrática, que han contribuido al éxito de populismos que, al final del camino, se transforman en autoritarismos resultando en pocas ganancias tanto para la sociedad como para el libre mercado.

Hoy la sociedad debe enfrentar nuevos desafíos con sectores poderosos que, trabajando al margen de la legalidad, aprovechan las oportunidades del libre mercado para conquistar esferas de poder, encontrando un sistema de partidos debilitado siendo pasto fácil para ser infiltrados.

Estos, aguas abajo, son grandes enemigos del libre mercado. Las agrupaciones deben fortalecerse porque, al final del día, solamente con organizaciones aquilatadas en valores podrán hacer frente a los nuevos retos que amenazan a la humanidad.

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