Juan Pablo Lira B.
Este 28 de julio, los venezolanos votarán para elegir a un nuevo presidente de la República, con la salvedad de alrededor de 5 millones de ciudadanos que viven en el exterior y que teniendo los requisitos para votar no podrán hacerlo porque el Consejo Nacional Electoral, ente controlado por el Gobierno se los impidió.
Por ello, es muy probable, que la oposición no triunfe, porque el régimen imperante desde que Hugo Chávez fuera electo presidente a fines de 1998, no lo permitirá.
Transcurrido un cuarto de siglo, vale preguntarse por qué el comandante Chávez llegó al poder. Y ante tal interrogante, deben hacerse responsables los dos principales partidos políticos que gobernaran desde 1958 en que cayera el dictador Pérez Jiménez, me refiero al socialdemócrata Adeco, y al socialcristiano Copei, que se convirtieron en movimientos clientelistas, permitiendo una corrupción rampante, que terminó por colmar la paciencia de los ciudadanos.
Chávez gobernó durante 14 años, siendo reelecto en dos ocasiones, no teniendo los opositores ningún tipo de garantías.
En enero de 2007 anuncio la implantación del “Socialismo del Siglo XXI”, confiscando y nacionalizando todas las empresas estratégicas, así como los medios de comunicación.
Su política exterior fue de estrechamiento de relaciones con los regímenes socialistas, fuertes discrepancias con su vecina Colombia, caracterizándose por una alianza creciente con Cuba a quién abastecía de petróleo a cambio de un multitudinario contingente de médicos generales, entrenamiento militar, policial y de inteligencia para controlar políticamente al país, y un discurso integracionista muy ideologizado.
Fallecido Chávez, en abril del 2013 triunfa Nicolás Maduro quien había sido ungido como el heredero, gobernando hasta ahora, tras ser reelecto en una ocasión.
Ahora, va a la reelección por segunda vez, teniendo como principal contrincante al exdiplomático, Edmundo González.
Los once años de la presidencia de Maduro han sido turbulentos. La economía es casi enteramente dependiente del crudo, algo que ni Chávez ni él pudieron superar. La inflación, la inseguridad y la multitudinaria migración se han encargado de ensombrecer aún más el panorama.
En octubre pasado, el oficialismo y algunos sectores de la oposición firmaron el Acuerdo de Barbados con la participación de representantes de varios países.
El texto constituyó un marco de trabajo para posibilitar las negociaciones de cara al proceso electoral del 2024, con dos objetivos simultáneos, pero interpretados divergentemente.
Según la interpretación del oficialismo, el texto ratificaba la inhabilitación de Ana Corina Machado, coordinadora nacional del partido Vente Venezuela y principal líder opositor; en cambio para la oposición, dicho Acuerdo confirmaba exactamente lo contrario, es decir, que Machado podría participar.
Finalmente, será Edmundo González, quien a priori se había inscrito, el candidato opositor más fuerte, tras recibir el aval de Machado y del resto de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).
No es simple entender la “carta” jugada por Washington en todo este complejo cuadro. A ratos se endurece ante Maduro, lo recrimina y condena, para al día siguiente invitarlo a sentarse a negociar. Pareciera que el señor dinero, entiéndase el petróleo, hace que los principios que dice defender, esto es la libertad y la democracia languidezcan -según dicen- debido al interés y la seguridad nacional. ¿Será?
Numerosas encuestas dan una ventaja cómoda para González, aunque la base social del chavismo unido a la “maquinaria” oficialista y el reciente mejoramiento económico y la cuestión del Esequibo le han permitido a Maduro mantener el optimismo, que no se condice con las amenazas vertidas en estos días, en el sentido de que si no gana “correrá un río de sangre”.
Por Venezuela y su gente, que todo resulte bien.