Haití-RD: Conflictos que marcan una relación inestable



Por Manuel Jiménez

Dos días antes de la anunciada visita del Presidente Leonel Fernández a Haití en diciembre de 2005, llegué a la capital, Puerto Príncipe, en un vuelo directo desde el aeropuerto Joaquín Balaguer, con la misión de cubrir la visita como enviado del periódico Hoy.

Personal militar asignado a la embajada dominicana me recibió en el terminal aérea, acompañado por un asistente civil que me ayudó en los trámites de migración.

Era una mañana soleada y tranquila, pero la tensión siempre se apodera de uno al visitar Haití. En la jeepeta color rojo vino que me transportaba, iban dos militares portando fusiles automáticos, un nivel de custodia que me sorprendió siendo solo un periodista dominicano que viajaba para dar cobertura a un viaje presidencial.

No se percibían situaciones extrañas ni protestas anticipadas, al menos no de dominio público, y las relaciones entre los dos países parecían normales.

En la agenda del Presidente Fernández, además de una reunión bilateral con el mandatario haitiano de turno, se incluía una ofrenda en el Panteón donde descansan los restos de los padres de la independencia haitiana y la inauguración de una escuela donada por el gobierno dominicano a Haití como gesto de buena voluntad.

Sin embargo, mientras Fernández mantenía su reunión bilateral, manifestantes se congregaban frente al palacio presidencial en Puerto Príncipe lanzando consignas anti dominicanas.

La situación se salió de control cuando iniciaron una verdadera pedrea contra la sede presidencial. Recuerdo que al salir de la sede para abordar los vehículos, teníamos que esquivar las piedras que caían a nuestros pies, aunque milagrosamente nadie resultó herido.

La caravana presidencial abandonó la sede del gobierno haitiano por la parte trasera, donde inexplicablemente también se encontraban manifestantes lanzando piedras, y pude percibir el estruendo de un disparo.

A partir de entonces, la situación se transformó en un infierno. Nos desplazamos por una calle central con poca protección de la policía haitiana, en medio de piedras y disparos. La seguridad del Presidente Fernández tuvo que emplearse con valentía, coraje y decisión para abrirse paso, incluso atravesando barricadas de neumáticos encendidos.

Un helicóptero de la Fuerza Aérea sobrevolaba ayudando con la indicación de la ruta hasta el aeropuerto Toussaint Lovertoure, donde el mandatario dominicano abordó un vuelo a México, la segunda escala en su gira presidencial.

Este violento incidente se convirtió en uno de los más grave entre los dos países, ya que estuvo a punto de desencadenar un conflicto de proporciones incalculables en caso de que el Presidente dominicano resultara herido.

Me alojé en el hotel El Rancho, justo detrás de la embajada dominicana, y trabajé mis notas en la misma sede diplomática. Fui testigo de las numerosas llamadas telefónicas insultantes hacia los dominicanos, incluso con amenazas directas, lo que obligó a reforzar la seguridad militar alrededor de la embajada.

Hasta entonces, no se había producido ningún otro incidente que pusiera en peligro la relación bilateral, excepto lo ocurrido en 1963, cuando Tonton macoutes haitianos penetraron en la sede de la embajada dominicana y el entonces Presidente Juan Bosch dio un ultimátum a la dictadura de Duvallier.

Estos incidentes entran en la línea de lo ocurrido el pasado martes 7 de noviembre en la frontera norte con Haití, cuando turbas haitianas intentaron destruir la pirámide 13 que marca la línea divisoria entre ambos países, provocando un incidente que también pudo haber desencadenado un enfrentamiento de mayores consecuencias.

Militares dominicanos apuntaron sus armas, listos para disparar, frente a miembros de la seguridad haitiana, un incidente sin precedentes en la historia de los dos países.

Como se puede apreciar, las relaciones entre los dos países han estado marcadas por conflictos esporádicos que denotan sentimientos hostiles por parte de los haitianos, obviando la solidaridad que hemos mostrado en momentos de tragedias, como el fatal terremoto del 12 de enero de 2012, o al abrir nuestras fronteras a la migración masiva e incontrolada que ha servido para aliviar tensiones sociales en un país carente de medios de vida y de condiciones socioeconómicas adecuadas para su población.

Los hechos que he narrado marcan una conducta que no se detendrá, y el presente conflicto generado por la ilegal construcción de un canal sobre el río Masacre sigue una escalada peligrosa en la que el gobierno haitiano, por cuestiones de interés y estrategia política, tiene un discurso para el gobierno dominicano y otro para su pueblo, que obviamente se ha reunificado en contra de los dominicanos.

Así están las cosas, y más allá de la voluntad de los dos gobiernos, será necesario que la comunidad internacional intervenga a través de sus organismos competentes para evitar consecuencias mayores.

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